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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Salvador Efraín Salazar Arrué, Salarrué.


SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué, nació en Sonsonate, El Salvador, el 22 de Octubre de 1899 y murió en San Salvador el 27 de Noviembre de 1975.
Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, entre quienes se cuentan
 Arturo Ambrogi José María Peralta Lagos

Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana. En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", él logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.

SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué


Índice

El negro.
La botija.
La petaca.
El padre.
El circo.
De pesca.
El contagio.


EL NEGRO.

El negro Nayo había llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte años morados y murushos, reiban siempre con jacha fresca de jícama pelada. Tenía un no sé qué que agradaba, un don de dar lástima; se sentía uno como dueño de él. A ratos su piel tenía tornasombras azules, de aun azulón empavonado de revólver. Blanco y sorprendido el ojo; desteñidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachón, el sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echándose la cabeza a la espalda, como alforja de regocijo, descupiendose toduel y con gárgaras de oes enjotadas.
El negro Nayo era de porái.....: de un porái dudoso, mescla de Honduras y Berlice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tenía el pie achatado, caitudo, raizoso y sin uñas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su estructura grosera, amasada con brea y no con barro. Le habían tomado en la hacienda como tercer corralero. No podía negársele trabajo a este muchacho, de voz enternecida por su propio destino. Nada podía negársele al negro Nayo: así pidiera un tuco e dulce, como un puro o un guacal de chicha. Pero, al mismo tiempo era -pese a su negrura- blanco de todas las burlas y jugarretas del blanquío; y más de alguna vez lo dejaron sollozante sobre las mangas, curtidas con el barro del cántaro y la grasa de los baldes. Su resentimiento era pasajero, porque la bondad le chorreaba del corazón, como el suero que escurre la bolsa de la matequilla. Se enojaba con un "no miablés".....y terminaba al día siguiente el enojo, con una palmada en la paletiya y su consiguiente: "¡veyan qué chero éste!".... y la tajada de sonrisa, blanca y temblorosa como la cuajada.
        
Chabelo "boteya", el primer corralero, era muy hábil. Tenía partido entre las cipotas del caserío, por arriscado y finito de cara; por miguelero y regalón; pero, sobre todo, porque acompañaba las guitarras con una su flauta de bambú que se había hecho, y que sonaba dulce y tristosa, al gusto del sentir campesino. Nadie sabía cuál era el secreto de aquel carrizo llorón. Bía de tener una telita de araña por dentro, o una rendija falsa, o un chflán carculado...... La Fama del pitero Chabelo, se había cundido de jlores como un campaniyal. Lo llamaban los domingos y ya cobraba la vesita, juera de juerga o de velorio, de bautizo o de simple pasar. Un día el negro Nayo se arrimó tantito a Chabelo "boteya", cuando éste ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonrió amoroso y le estuvo escuchando, como perro que mueve el rabo.

- ¡Oyí negró, querés que tenseñe a tocar?....Por la cara pelotera del negrito, pasó un relámpago de felicidad.

- Mire, chero, y yo le vuá a pagar el sábado, pero no me vaya a tirar...
  
Después de las primeras lecciones. Chabelo el pitero, le arquiló la flauta al negro para unos días. El negro se desvelaba, domando el carrizo; y lo domó a tal punto, que los vecinos más vecinos que estaban a las tres cuadras, paraban la oreja y decían:

- ¡Oiga, puero ese Chabelo! es meramente un zinzonte el infeliz.....
- Mesmamente; diayer paroy, le arranca el alma al cristiano como nunca.

Callaban.....y embarcaban sus silencio en el cayuco bogante de aquella flauta apasionada, que los hundía en la dulzura de un recordar sin recuerdos, de un retornar sin retorno. En poco tiempo, el negro Nayo sobrepasó la fama de Chabelo. Llegaban gente de lejos para oírlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de austeridad y poderío, mientras su labio cárdeno soplaba el agujero milagroso. El propio Chabelo, que creyó, todos los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando -con un sí es, no es, de despecho- el fluir maravilloso de un sentimiento espeso que se cogái con las manos.

Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de pollo untada de creolina, Chabelo se decidió por fin; y un tanto encogido, se acercó y le dijo:

- Mirá, negro, te pago dos bambas si me decis el secreto de la flauta. Vos le bís hallado algo que le pone esa malicia....seya chero y me lo dice.....

El negro se enderezó, desgreñado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada de niño. Tenía abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en la otra el bote.......miró luego al suelo empedrado y meditó muy duro. Luego. como satisfecho de pensada, dijo al pitero:

- No me creya egóishto, compañero, la flauta no tiene nada: soy yo mismo, mi tristura...., la color....
   

LA BOTIJA


Quim Torra, botija, botijo, cantrella, pichella, barrala
la tecnología del botijo supera a Juaquinico Torra el catanazi, ex presidente de la Generalidad de Cataluña, títere de Carlos Puigdemont Casamajor, y este de Jordi Pujol.

José Pashaca era un cuerpo tirado enun cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:

 -¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de qué los tenes se me olvidó!.... José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.

-¿Qué quiere mamá?.

-¡Qués necesario que te oficiés en algo, ya tás indio entero!

-¡Agüen!....Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.

Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.

-¡Qué feyo este baboso!- llegó diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:

- Estas cositas son obras donantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.....

José Pashacase dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.

-¿Cómo es eso, ño Bashuto?..-. Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.

-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegas en la huaca´, y yastuvo; tihacés de plata.
INTENTÁN IMITÁ A JUAN VALERA
-¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?

-¡Comolóis!.

Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras. Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco. Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.


Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuerpo y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados. Pashaca se peleaba las lomas.

El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de Jierro", decían; "ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...."

Pero José Pashaca no se daba cuenta de qué, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano. Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y projundos, que daban gusto.
       

-¡Onde te metés babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.

-Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.

San Pere, baturro, Zirigoza, rana       
Y así fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dió cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calenturas; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el viento oscuro. José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho".

Una noche, haciendo juerzas de tripa, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con bríos su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó, bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó liadas en un suspiro estas palabras:
       

-"¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"........


LA PETACA

Era pálida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, cómo no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la peche María.
En el rancho eran cuatro: Tules, el tata, La Chon su mamá, y el robusto hermano Lencho. siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir...

- ¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca!

- ¡Peche, vos quizá sos hija del cerro!
sácate la retacía y el chapurriau
Tules decía:

- Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, diún corvazo!

Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincón, doblaba de lado la cabecita, meciendo su cuerpecito endeble, como si se arrastrara. Se arrimaba al baúl, y con un dedito se estaba allí sobando manchitas, o sentada en la cuca, se estaba ispiando por un hoyo de la paré a los que pasaban por el camino.
       

Tenían en el rancho un espejito ñublado del tamaño de un colón y ella no se pudo ver nunca la joroba, pero sentía que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le hacía poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: La Petaca.

Tules la llevó un día onde el sobador.

- Léi traido para ver si uste le quita la puya, pueda ser que una sobada....
  
- Hay que hacer perimentos difíciles, vos, pero si me la dejás unos ocho días, te la sano todo lo posible.

Tules le dijo que se quedara.

Ella se jaló de las mangas del tata; no se quería quedar en la casa del sobador y es que era la primera vez que salía lejos, y que estaba con un extraño.

- ¡Papa, paíto, ayéveme, no me deje!

- Ai tate, te digo; vuá venir venir por vos el Lunes.El sobador la amarró con sus manos huesudas.

- Anadate ligero, te la vuá tener!

El tata se fue a la carrera. El sobador se estuvo acorralándola por los rincones, para que no se saliera. Llegaba la noche y cantaban gallos desconocidos. Moqueó toda la noche. El sobador vido quera chula.
 
 - Yo se la sobo; ¡ajú!pensaba, y se reiba en silencio.

Serían las doce, cuando el sobador se le arrimó y le dijo que se desnudara, que le iba a dar la primera sobada. Ella no quiso y lloró más duro. Entonces el indio la trinco a la juerza, tapándole la boca con la mano y la dobló sobre la cama.

- ¡Papa, papita!.....

Contestaban las ruedas de la carretera noctámbulos, en los baches del lejano camino.

El lunes llegó Tules. La María se le presentó gimiendo...el sobador no estaba.

- ¿Tizo la peración, vos?

- Sí papa...

- Te dolió vos?

- Sí, papa...

- Pero yo no veo que se te rebaje...

- Dice que se me vir bajando poco a poco....

Cuando el sobador llegó, Tules le preguntó cómo iba la cosa.

- Pues, va bien -le dijo-, sólo quiay que esperarse unos meses.
Tiene quirsele bajando poco a poco.

El sobador viendo que Tules se la llevaba, le dijo que porqué no se la dejaba otro tiempito, para más seguridá; pero Tules no quiso, porque la peche le hacía falta en el rancho.

Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le dió la última sobada a la niña. Seis meses después, una cosa rara se fue manifestando en la peche María. La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo día a día de un modo escandaloso, pero parecía como si la de la espalda no bajara gran cosa.


- ¡Hombre! -dijo un día Tules-, ¡esta babosa tá embarazada!

- ¡Gran poder de Dios! -dijo la nana.

- ¿Cómo jué la peración que te hizo el sobador, vos?....ella explicó gráficamente.

- ¡Ayjuesesentamil! - rugió Tules- ¡mianimo ir a volarle la cabeza!

Pero pasaba el tiempo de ley y la peche no se desocupaba. La partera, que había llegado para el caso, uservó que la niña se ponía más amarilla, tan amariya, que se taba poniendo verde. Entonces diagnosticó de nuevo.

- Esta lo que tiene es fiebre pútrida, manchada con aigre de corredor.

- ¡Eee?......

Mesmamente, hay que darle una güena fregada, con tusas empapadas en aceiteloroco, y untadas con kakevaca.

Así lo hicieron. Todo un día pasó apagándose; gemía. Tenían que estarla volteando de un lado a otro. No podía estar boca arriba, por la petaca; ni boca abajo por la barriga.

En la noche se murió.

Amaneció tendida de lado, en la cama que habían jalado al centro del rancho. Estaba entre cuatro candelas. Las comadres decían:


- Pobre, tan güena quera; ¡ni se sentía la indizuela de mansita!

- ¡Una santa! ¡Si hasta, mirá, es meramente una cruz!

Más que cruz, hacía una equis, con la línea de su cuerpo y la de las petacas. Le pusieron una coronita de siemprevivas. Estaba cómo en un sueño profundo; y es que ella siempre stuvo un grado abajo de los suyos, cuando todos estaban riendo, ella sonreía; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos estaban serios, ella lloraba; y ahora, que ellos estaban llorando, ella no tuvo más remedio que estar muerta....

EL PADRE.

La iglesia del pueblo era pesada, musgosa y muda como una tumba. detrás estaba el convento, encerrado entre tapiales, con su gran arboleda sombría; con su corredor de ladrillo colorado; de tejado bajero sostenido por un pilar, otro pilar, otro pilar...; pilares sin esquinas embasados en piedra tallada y pintados de un antiguo color.

El patio era de un barro blanco y barrido, propicio a las hojas secas. Las sombras y las luces de las hojas ponían agüita en el suelo; en aquel suelo pelón lleno de paz, por el cual pasaban, gritonas, las gallinas guineas.

Largo era el corredor: la mesa, el kinké, una silla, un sofá, un barril, una destiladera, un viejo camarín, unos postes durmiendo; otra silla, la hamaca, el cuadro bíblico; un cajón; un burrro con una montura; un freno colgado de un clavo y al final, ya para salir las gradas, unos manojos de pasto verde, el picadero y la cutacha. Después empezaba la alfombra de sol hasta la cocina; y allá contra la tapia, como una casita de juguete, con su chimenea de lata azul, el excusado.

El padre se paseaba en la tarde. Era la hora en que la paz le traía el cielo; el cielo de agradables matices, que llegaban a sentarse en la montaña lejana, pensativo como un hombre; pensativo hasta quedarse dormido, soñando en las estrellas, cada vez más profundamente.

El sacristán tocaba el ángelus para que todo se callara. Y todo se callaba.

La Coronada llegaba entonces penosamente, con su riuma y sus platos, a ponerle la mesa. Se sentaba el padre, siempre mirando al cielo, con su cara igual de triste. Con un pespuntar de máquina de cocer, sus labios hilvanaban un larga oración de gratitud. Humillaba los párpados y se persignaba. Luego, cogía calmosamente la cuchara y empezaba a probar la sopa. Estaba caliente. La Coro, encendía el kinké. Las gallinas empezaban a volar de rama en rama, con torpes aleteos. A lo lejos se oía pasar el tren por el puente de hierro, como una amenaza de tormenta.

La Chana era una cipota chulísima. había crecido de diadentro, al servicio del cura. hacía mandados, lavaba los trastes, les daba de comer a las gallinas y se comía lazúcar. Cuando el padre estaba bravo, como no tenía en quien descargar, regañaba a la Chana. La Chana no se quedaba chiquita y le contestaba cuatro carambas.

- ¡Agüen, usté! ¡Asaber que lián confesado las biatas y descarga en yo!...

El padre, en vez de enojarse, la estrechaba contra su pecho y le daba un beso en la frente. Se estaba viendo en ella, como decía la Coro.

En un dos por tres se había hecho mujer. De la mañana a ña tarde echó rollo, se cantonió y le brillaron los ojos. Ya se trataba una flor en el delantal, con un gancho, muy alto, muy alto, para podérsela oler poniendo cara interesante. Seguido se cachaba logas; por el tacón muy encumbrado, por unos papeles colorados para untarse los labios, por andar suspirando muy dentro. El cura la miraba de lejos. La miraba pasar, disimuladamente, y alejándose. Se cogía el mentón azul y su cara de cuarentero se ponía grave. Temblaba por ella. Hubiera querido podarla un poco. Se paseaba, se paseaba por el largo corredor, campaneando la lustrosa sotana vieja, como si en ella se hamaqueara su inquietud. Apretaba, sin querer, el crucifijo de plata que llevaba siempre colgado al cuelo. Si hubiera sido de cera, lo habría convertido pronto en una hostia. Allá a lo lejos, la risa de la Chana sonaba como una campanilla mundana. Cuando pasaba a su lado, apagaba los olores del incienso con un fuerte aroma de jabón diolor. Por el corredor silencioso, sus tacones pasaban, clavando la tranquilidad.

La niña Queta y la niña Menches, la una fea de tan vieja, y la otra vieja de tan fea, entraron apuradas en busca del padre para un asunto urgente. La puerta estaba entreabierta y empujaron. Y fue como si hubieran empujado su alma en un abismo. El padre estaba todo él sentado en un sillón y la Chana estaba toda ella sentada en el padre. Su cachete rosado se posaba dulcemente en el cachete azul del cura, como una madrugada sutil se posa sobre áspera montaña.

-¡Virgen pura!..

Dos lágrimas corrían por las mejillas marchitas del padre. Repitió su excusa:
   
- Un afán, un vago deseo de ser padre. Es como mi hija...

Su voz era oscura.

- Los niños despertaron siempre en mi alma una dulce inquietud...

-¡Hm!

Apretó el obispo sus labios temibles y lanzó al cura su más irónica mirada. Pero él se irguió austero, nobilísimo y puro, el rostro del acusado, encendido en radiante sinceridad; irresistible en su sencillez; tal si el mismo Dios mirara por sus ojos húmedos, abatiendo al instante la austeridad, la insolencia y el rango.

SALARRUÉ.

CUENTOS DE BARRO.

EL CIRCO.

Se azuló la noche. En medio del solar oscuro, e1 circo era como una luna desinflada. Parecía la chiche de la noche, onde mama luz el cielo, un chilguete manchaba de norte a sur el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta la oriya del mundo.
        
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cómo aquel siñor que le decían Irineyo Molina, se bía hecho payaso un dos por tres. Taba sentado en un cajón jumándose un puro, y con cara enojosa de hombre. el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la cara chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba el cuello prieto de su propio cuero. Más allá, el negro Jackson sembraba una estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos, templados como cuerdas de violón, estaba un volatín.

-Apartáte, baboso.

-Peráte, quiero ver.

-Te vuá zampar una ganchada, Chajazo.

-¡AchísI, sólo vos querés mirar.

-A yo no mián dejado...

-¡Baboso, baboso, ayí entró una piernuda vestidedorado.

Sestá componiendo la atadera.

La cipotada ondeó, como un tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa, derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispersó a la carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor del descampado, Se confundió entre el güevaso e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con unos grandes gatos que parecían de madera; salió encachimbado por debajo de la lona, con un acial en la mano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió otragüelta por debajo. Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en los mostradores de los chinamos, parecían jícamas de vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblaba adentro y dejaba descurrir su tufito embolón.

Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca de añididos, onde había unas letras que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.

Una bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.

Por tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la aljombra de la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. De una patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.

Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón, avanzaron marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente, venían las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalándole las narices a un pobre oso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La música sonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.

En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bian quedado ajuera. Ispiaban por onde podían, subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de uno quiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.

Los niños ajuera, los grandes adentro. . . El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque les taban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los otros no bían incontrado. Con el dedito inano lo jueron haciendo más grande, y miraban por turnos.
Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda caminaba sobre el alambre como sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbron, soñadores e indefensos. Les dio con todas sus juerzas, el bandido jalacolchones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándose la nalga, ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama, cogiéndolos debajo de sus alas desplumadas, maldijo al miserable:

Disgraciado, quiá de pagarlas un diya en los injiernos!
Lencho rumió, en su corazón de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:

-Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo? ...

DE PESCA.

Eran allá como las tres de la madrugada. La luna, de llena, lambía las sombras prietas en los montarrascales y en los manglares dormilones. El estero, lagunoso en su calma, era como un pedazo de espejo del día; del día ya roto. La playa lechosa, de cascajo crema, se dejaba espulgar por las suaves ondas espumíferas, que la brisa devanaba sin prisa. La isla, al otro lado del agua, se alargaba como una nube negra que flotara en aquel cielo diáfano, mitad cielo, mitad estero. Las estrellas pintaban en ambos cielos. El mar, a lo lejos, roncaba adormilado por la frescura del aire y la claridad del mundo. Un cordón de aves blancas pasó, silencioso y ondulante como una culebra de luna.

De la mediagua oscura, salió a la playa un indio. Llevaba desnudo el torso, los calzones arremangados sobre las rodillas; se desperezaba, como queriendo echar al suelo el fardo del sueño. La arena, al ser hollada por los anchos pies descalzos, mascaba el silencio. Miró las estrellas con los ojos fruncidos. Se espantó los mosquitos, miró el agua platera y regresó al rancho.

-Son ya mero las tres, vos ¿Nos vamos?
Una especie de aullido de pereza le contestó. Luego, la voz atecomatada del compañero respondió

-A¡ veya, mano...

-Amonóos...
Los indios, hurgando en la sombra del caedizo, escogieron los utensilios y fueron trasladándose al bote. El bote dormía, encallado, mitad en el agua, mitad en la arena. Un chucho prieto iba y venía husmeando el viaje. Por efecto del silencio del agua, de la luz, del cielo bajero, el mundo todo parecía palpitar, cabecear como un barco en marcha. Los pocuyos, despenicados en la inmensidad, arrullaban la cuna de la noche con su triste "oíeo, oíeo, oíeo", que sonaba intermitente, como la paletada blanda del remo que va, va, va... sin prisa y sin ruido.

-Ya va ser parada diagua, vos.

-Ya paro, mano.

-¡Aligere, pué!...
Despegaron el bote a empujones y pujidos. El bote coleó, libre, descantillándose tantito y revolviendo la plata de la luna en desparpajos. Hundidos hasta las piernas, aún empujaron. Luego se metieron dentro y se dejaron llevar por el tranquil del agua parada. Era el cambio de marea; las corrientes que entraban al estero, fatigadas de ir buscando mundo, descansaban un momento, antes de regresar al mar abierto. Entonces el peje abismado venía arriba, flordeaguando, y buscaba la calma de las ramazones y de los bancos. Ligeros colazos de zafiro indicaban ya el punto del agua. Las sombras rojizas de los parvos pasaban, esquivando el peligro, avisados por el lánguido paleteo del canalete.
En fraterno silencio los indios cruzaban el agua, como si volaran entre dos cielos. En la proa, ávida de espacio, el uno empujaba con la pértiga negra y larga que subía y bajaba rítmicamente, sincronizando con el manosear del canalete, que el otro indio manejaba en la popa, acurrucado y friolento. En el centro del bote el chucho, sentado, miraba tímidamente los cacharros del cebo,

-¡Qué friyo, vos!.

-¡Ajú!...

-¿Vamos al ramazal de la bocana?

-Como quiera, mano.
Los ramazales emergían del agua purísima como inmensas arañas negras. Dos, tres, cuatro..., quedaban atrás. Al pasar rondando un tronco, el raizal projundo barzonió el bote, afligiéndolo. Con hábil punteo, salieron del paso.
-¡No se arrime mucho, mano¡


Torcieron hacia el sur; a poca distancia del ramazal, echaron el fondo y quedaron inmóviles. Poco tiempo después arrojaban los anzuelos. Con rápido ademán los lanzaban al aire, La pita hacía una larga parábola, y el plomo se hundía allá, con un ligero: "chukuz". Luego el cordel se quedaba. ondulando encima y poco a poco se abismaba. Quedaban a la expectativa. Habían encendido los puros y jumaban, acurrucados.

-¿Pican, mano?

-No quieren picar.

-Ya me punteyan, vos.

-¿Eh ... ?

-Es bagre, de juro. Estos chingados sian de ber llevado la chimbera.
La chimbera era el cebo. El indio sacó el anzuelo, de jalón en jalón. Por fin sobreaguó el plomo negruzco. Se habían llevado el bocado.

-¿Lo vido? Son esos babosos bagres, vos.

-Si quiere nos hacemos al lado de la isla..
Iba a sacar su cordel, cuando un fuerte tirón, que ladeó el bote, les advirtió de una presa mayor.

-Jale, mano; debe ser "mero"!
El indio tiró con todas sus fuerzas.

-¡Ya mero revienta este jodido!
Llegó el otro a ayudarle. Tiraron penosamente. El bote cimbraba, voltión. En la cola de un espumarajo surgió de pronto una sombra enorme, que arrollaba la linfa con ímpetus de marejada. La luz nerviosa le mordía en redor.

-¡A la ronca, mano, es tiburón!

-¡Y del fiero, vos!

-¿Lo encaramamos?

_¡Déjelo dir, chero, nos puede joder al chucho!

-¿Guá perder mi anzuelo?...

-¿Qué siarremedia?
Un coletazo formidable hizo crujir el bote. El chucho buscaba fijo, abriendo las cuatro patas y hundiendo la cola. Soltaron. Se apercoyaron a las bordas y trataron de nivelar. Un segundo coletazo ladeó el bote. Dos sombras eseantes atacaban con furia.

-¡Levante el fondo ligero!

-¡Aguárdese!
Un tercer coletazo echó de bruces al indio que tiraba del fondo. La caída hizo volcarse al bote; hubo un griterío salvaje; las colas golpeaban en la cáscara del bote como en un tambor. Grandes rosas de espuma se fugaban en círculos, empurpurando la plata mansa.
Después, todo quedó quieto.
Agrupados en la orilla, los moradores del valle escrutaban la noche. Los gritos habían levantado a las gentes. La ña Gerónima, gorda y grasienta, con su delantal de cuadros azules, comentaba temblorosa.

-¡Avemaríapurísima!...
Los viejos de quijada de plomo cabeceaban, como diciendo:

-Pa que veyan...
Los cipotes abrían sus bocas y se acurrucaban, para descansar las barrigas enormes.

-Esos han sido los Garciya.

-O los Munto.

-Hilario y Cosme, quizá ...

-A saber si Jué Mincho de la señá Fabiana.

-Sí, pué...
El día venía abriendo rápido, con ambas manos los azules del Azul. La luna, marchita ya, se arrinconaba en la montaña. Las ondas de la vaciante tráiban orito en la punta. El manglar se había separado del paisaje, tomando su cuerpo. La isla verdegueaba, y la fragancia de la mañana venía mera cargada.
De pronto, se vio una estela que flechaba hacia la orilla. Todos quedaron en suspenso. Un perro negro llegaba jadeante, aclarando el misterio de la tragedia. Salió de un último pechazo a la orilla; meneó el rabo; se sacudió bruscamente la gloria del sol, y no dijo nada.

EL CONTAGIO.

riu de les basses, toll de Rabosa, racó del toscá, riada 2






















Después del aguacero de la noche, había clareado gris, mojado, encharcado, invernicio... Venía la mañana en ondas frescas, anegando la oscuridad. Todavía no daban sombra las cosas; las sombras eran diluyentes, borrosas como luz golpeada, como humedad de sal. Se venía el olor jelado del cielo, con algo de amoníaco y algo de ropa limpia. Silbaba., único, un pajarito invisible en un árbol frondoso; silbaba con dulzura de agüita plateada. Las hojas nadaban en los remansos de brisa, como pececitos oscuros. Iba clareando... Y el alma, como los matorrales, estaba empapada de felicidad.
En la casa de la finca, el patio cuadrado dormía aún. Por el lodito habían pasado los chuchos. Una teja salediza se había quedado contando gotas azules, sobre un charquito que, abajo, bailaba trompos diagua. Salía el humo de la galera, como una parra celestial. Don Nayo, enrollada en la nuca una toalla barbona, venía por el corredor. Con el bastón abría un hoyito, y sembraba una tos; abría un hoyito, y sembraba una tos. Los murciégalos se iban enchutando en las rendijas oscuras del tabanco, como pedradas de noche.
A lo lejos, lejos; los gallos abrían puertas chillonas. El día se tambaleaba indeciso, bajo la nubazón sucia, como carpa de circo pobre.
Don Nayo llegó al portón. No podía enderezar la cabeza, porque su nuca estaba paralizada; lo cual le daba un vago aspecto de tortuga mareña. Miró al cielo de reojo; aspiró el olor de los limones; se puso el palo bajo el brazo y llamó aplaudiendo.

-¡Cande!...
La Cande gritó desde la cocina:

-¡Mandé!...

-Date priesa...
La Cande atravesó el patio dejando su priesa pintada en el suelo. Era quinzona, rubita, gordita, nalgona, chapuda y sonreiba constantemente. Daba la impresión de bañada, dentro del traje pushco y jediondo.

-¿Qué quiere, tata?
El viejo le alcanzó la oreja al tanteyo.

-¡Babosa, no téi dicho que cuando vengás a trer lagua, cerrés bien la palanquera!


La campaneó tantito y, arreándola, con el palo enarbolado, la siguió hasta el platanar.

-¡No cierre, animala, espere que salgan las yeguas!: ¿no ve que están allá?...
Tres yeguas secas estaban olisqueando en la huerta. Sobre las eras de nardos se veían los hoyos de los cascos. Se fueron aculando despacio contra la cerca; y, cuando la Cande les cortó el paso, salíendo del breñal con un chirrión en alto, las tres bestias dieron un respingo nervioso y huyeron por la puerta hacia el potrero. A lo lejos, seguía oyéndose el galope con su patacán, palacán, patacán...

Había amanecido. El viento madruguero había ido cogiendo cada estrella con dos dedos, soplándolas como mota de ángel, hasta desaparecerlas. Por un descascarado de nubes, se miraba la paré del cielo, ricién untada de azul. Los volcanes bostezaban, en camisón de dormir. Pringaba.

- Traiga el canasto, Cande. vamos a pepenar los nances y los limones.
        
La Cande fue por el canasto. Bajo el limonero, el suelo doraba. Olía a mañana. Daba lástima desarreglar el paisaje enfrutado. Don Nayo y la Cande fueron pepenando, uno a uno, los limones. Más abajo, al haz de un granado, estaba el nance. El suelo aparecía cundido. La ladera había llevado rodando los nances hasta ben lejos. Parecía como si a la planta se le hubiera roto el hilo de un inmenso collar.

-Témpapádo el monte, tata.

-Cuidá de no empuercar el vestido...

-Afijese que anoche soñé el Contagio...

-Era un endizuelo así, sapito, con buche y con una cosa feya aquí.

-¿Onde?

-Aquí ...
Seguían cayendo limones, que quedaban medio hundidos en el lodo negro. A orillas de la acequia se oía una fiesta de sanates. Bajo los charrales empezaron a rascar las gallinas, haciendo sonar las hojas marchitas. Los grillos se habían ido consumiendo en el claror.

-Mero horrible, el indizuelo; y me chunguiaba..

-¿Te qué?...

-Me guasiaba y me chunguiaba, en un cuento como cuarto oscuro... ¡Uy!... Es que comí chacalines...

-De juro que eso jué...

-Echeme una mano, tata.


Don Nayo le ayudó, como pudo, a ponerse el canasto en la cabeza. La Cande lo sostenía con ambas manos; las mechas le caiban por la cara; con un respingo se afirmó, equilibró el espinazo; sacó la puntita roja de la lengua y se alejó hacia la casa, con rítmico andar.
    
Don Nayo miraba alejarse a su hija. Pensó: "Es guapa, es güena, la chelona"; se sonrió, con sonrisa de arruga. Los gallos abrían a lo lejos fantásticas puertas; por ellas entró bruscamente un chorro de sol.

Don Nayo paró a su mujer en la mitad del dormitorio.

-Mirá, Lupe -le dijo-, andá con cuidado con la Cande: ya maliseya...


-¿Eh?...


-No me gustan tantito, sus caidas diojos, sus pandiadas al pararse. Méi fijado que deja a ratos de moler y se come las uñas; además, le ondeya el pecho como a las palomas. Andá con cuidado, te digo...


-Dice bien, Nayo; yo también la héi oservado. Se chiqueya, sin querer; se mira nél espejo, cada vez quentra aquí; y, a ratos, da brincos de calofriyo. También no me gustan las cosas que me cuenta. Dice quel otro día, cuando Nicho la tentó jugando, sintió un burbujeyo extraño. Además se le van los ojos, coge juergo a cada rato, le pica la palmelamano.


-Pa que veyás. Andále con tiento, no se nos descantiye con algún malvado.


-Decíle al Nicho que no liaga tanta fiesta.


-Se lo vuá poner en conocimiento a ese infeliz.


Zarceaba el viento en la Palazón de los conacastes, como en tina guitarra destemplada; el sol entraba ya en la hindidura dialcancía del horizonte. En el cielo, las nubes mostraban choyones desangrados. Las golondrinas inspeccionaban el velamen recién izado de la tarde; en el callar, la tierra daba bordazos de sombra.
Por el camino venía Don Nayo, lento y tosigoso. La Lupe lo esperaba en la palanquera.

-¿Qué lihubo, Nayó? ...

-Los casaron. Los juí a dejar al terreno. Tán Contentos.

-¿Le arvertiste a Nicho de lo que te dije?...

-Más valiera no me bieras dicho jota, miás azorrado con el yerno.

-¿Eh? ... ¿Por qué?...

-Cuando lo llamé aparte y le recomendé que la tratara con primor, no fuera ser que se asustara, se echó a rír y me dijo: "No siaflíja por babosadas, esa yés cosa antigua: asigún colijo, la tengo ya empreñada dende hace un mes".

-¡La Virgen del Martirio!

-Y parecía que no quebraba un plato ...

-Güeno, después de todo, arrecuérdese, Nayo, de nosotros, cómo hicimos ...

-Decís bien, es el Contagio.
La tarde se había perdido a lo lejos, deíando como estela un espuniarajo de estrellas; sobre la arena del mundo, los árboles negros se movían como cangrejos.


//

Per a tots estos pelacañes de la normalissassió lingüística


An este texto literari trobaréu moltes paraules que no están a la RAE, com chapurriau, que no hi está, está chapurrear, y ya sabém que no es lo mateix que chapurriau: una mescla de varios idiomes, italiá, portugués, español, provensal (ara dialecte del ocsitá). Es curiós que al dicsionari de Frédéric Mistral (Félibrige 
Lou Tresaur dau Felibritge, 1854), de abans de Pompeyo Fabra y Francisco Franco Bahamonde, no fico ni catalá, ni valensiá, mallorquí o aragonés, cuan tením léxic de estes cuatre llengües, y de atres, com lo árabe, gallego, asturiano, leonés, vasco, navarro, riojano, latín, griego y alguna mes. 



champouirau, champoiral, chapurriau

La gen parle de una manera y este autó escriu de forma que se veigue cóm parlen, aixina u fach yo en lo chapurriau cuan escric o traduíxco. Y datres tamé u fan aixina, com Luis Arrufat al seu blog agüelo sebeta.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro, que no los cauríe en cuan aventaren una llansa en lo bras dret per a cassá. Y en cas de fé aná una escopeta, hauríen de dixá an terra la gramática y ortografía del swahili per a que no caiguere y se faiguere malbé, embrutanse de pols y de sang.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro
       

https://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/6460/Salvador%20Salazar%20Arrue%20-%20Salarrue


http://literatura.wikia.com/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


http://museo.com.sv/2013/09/salvador-salazar-arrue-salarrue/


https://www.elsalvadormipais.com/salvador-salazar-arrue-biografia















lunes, 28 de diciembre de 2020

Los sans inosséns, llibre segón

Llibre segón.

Paco, lo Baixet.

Si hagueren viscut sempre al cortijo potsé les coses hagueren passat de un atra manera, pero a Crespo, lo Guarda Majó, li agradáe adelantá a un a la Raya de lo de Abendújar per si les mosques y a Paco, lo Baixet, com qui diu, li va tocá la china y no es que li incomodare per nell, que an ell igual li donáe un puesto que un atre, pero sí per los sagals, a vore, per la escola, que en la Charito, la chiqueta Menuda, ne teníen prou y li díen la chiqueta Menuda a la Charito encara que, en verdat, fore la chiqueta mes gran, y los chiquets, mare, ¿per qué no parle la Charito?, ¿per qué no camine la Charito, mare?, ¿per qué la Charito se embrute les bragues?, preguntaben a cada pas, y ella, la Régula, o ell, o los dos a coro, pos perque es mol menudeta la Charito, a vore, per contestá algo, ¿quína atra cosa podíen díls?, pero Paco, lo Baixet, aspirabe a que los sagals se ilustraren, adeprengueren, que lo Hachemita assegurabe a Cordovilla, que los sagals podíen eixí de pobres en un polset de coneiximéns, y inclús la propia Siñora Marquesa, volén erradicá lo analfabetismo del cortijo, va fé vindre durán tres estius seguits a dos señoritos de la siudat pera que, al acabá les faenas cotidianes, los ajuntaren a tots al porche de la corralada, als pastós, als gorrinés, als esbatussadós, als muleros, als gañáns y als guardes, y allí, a la crúa llum del cresol, en les mosques cagadores y les polilles voltán la llum, los enseñaren les lletres y les seues mil misterioses combinassións, y los pastós, y los gorrinés, y los esbatussadós y los gañáns y los muleros, cuan los preguntaben, díen, la B en la A fa BA, y la C en la A fa ZA, y, entonses, los señoritos de la siudat, lo siñoret Gabriel y lo siñoret Lucas, los corregíen y los desvelaben les trampes, y los díen, pos no, la C en la A, fa KA, y la C en la I fa CI y la C en la E fa CE y la C en la O fa KO, y los gorrinés y los pastós, y los muleros, y los gañáns y los guardes se díen entre ells desconsertats, tamé tenen unes coses, pareix que als señoritos los agrado fótremos lo pel, pero no se atrevíen a eixecá la veu, hasta que una nit, Paco, lo Baixet, se va arreá dos copes al pap, se va encará en lo siñoret alt, lo de les entrades, lo del seu grupo, y, obrín los forats del seu nas chato (per aon, com díe lo siñoret Iván, los díes que estabe de bones, se li veíe lo servell), va preguntá, siñoret Lucas, y ¿a cuento de qué eixos caprichos? y lo siñoret Lucas va arrencá a riure en unes carcañades incontrolades, y, al final, cuan se va calmá un poc, se va limpiá los ulls en lo mocadó y va di, es la gramática, escolta, lo perqué pregúntalay als académics, y no va aclarí res mes, pero, ben mirat, aixó no ere mes que lo escomensamén, que una tarde va arribá la G y lo siñoret Lucas los va di, la G en la A fa GA, pero la G en I fa Ji, com la rissa, y Paco, lo Baixet, se va enfadá, que aixó ya estáe de mes, collóns, que ells eren ignoráns pero no tontos y a cuento de qué la E y la I habíen de portá sempre trate de favor y lo siñoret Lucas, venga a riure, que se destornillabe lo home de la rissa que li donáe, una rissa espasmódica y nerviosa, y, com de costum, que ell ere un mindundi y que eixes eren regles de la gramática y que ell res podíe fé contra les regles de la gramática, pero que, en radera instánsia, si se sentíen defraudats, escrigueren als académics, ya que ell se limitabe a exposáls les coses tal com eren, sense cap espíritu analític, pero a Paco, lo Baixet, estos despropósits li féen pedre l´oremus y la seua indignassió va arribá al cormull cuan, una nit, lo siñoret Lucas los va dibuixá en primor una H mayúscula a la pizarra, y después de pegá fortes palmotades pera captá la seua atensió y ficá silénsio, va advertí, mol cuidadet en esta lletra; esta lletra es un cas únic, no té pressedéns, amics; esta lletra es muda, y Paco, lo Baixet, va pensá pera nell, mira, com la Charito, que la Charito, la chiqueta Menuda, may díe esta boca es meua, que no parláe la Charito, que únicamen, de cuan en cuan, emitíe un gemec llastimós que sorolláe la casa hasta los seus solaméns, pero dabán de la manifestassió del siñoret Lucas, Facundo, lo Gorriné, va crusá les seues mans com a manoples damún del seu estómec abultat y va di, ¿qué vol dí aixó de que es muda?, te fiques a mirá y tampoc les atres parlen si natros no les prestam la veu, y lo siñoret Lucas, lo alt, lo de les entrades, que no sone, vaiga, que es com si no estiguere, no pinte res, y Facundo, lo Gorriné, sense alterá la seua postura de abat, ésta sí que es bona, y ¿pera qué se fique entonses?, y lo siñoret Lucas, cuestió de estética, va reconeixe, sol pera adorná les paraules, pera evitá que la vocal que la seguix se quedo desamparada, pero aixó sí, aquell que no asserte a colocála al seu puesto incurrirá en falta de lesa gramática, y Paco, lo Baixet, fet un lío, cada vegada mes confundit, pero, pel matí, ensilláe la yegua y a vigilá les fites, que ere lo seu, encara que desde que lo siñoret Lucas va escomensá en alló de les lletres se va transformá, que anáe com encantat lo home, sense assertá a pensá en datra cosa, y en cuan se alluñaé un galop del cortijo, descabalgabe, se assentáe a la sombra de un alborsé y a cavilá, y cuan les idees se li embolicáen al cap unes en atras com les sireres, recurríe a les pedretes, y los codolets blangs eren la E y la I, y los grisos eren la A, la O y la U, y, entonses, se liabe a fé combinassións pera vore cóm teníen que soná les unes y les atres, pero no se aclaríe y a la nit, confiabe les seues dudes a la Régula, a la márfega y, insensiblemen, de unes coses passabe a unes atres y la Régula, para quieto, Paco, lo Rogelio está desvelat, y si Paco, lo Baixet, insistíe, ella ae, estáte cotet, ya no estam pera joguets, y, de repén, sonabe lo desgarrat crit de la chiqueta Menuda y Paco se inutilisabe, pensán que algún mal amagat debíe de tindre ell als baixos pera habé engendrat una chiqueta inútil y muda com la hache, que menos mal que la Nieves ere espabilada, que a la Nieves, les coses, ell se habíe resistit a batejála en este nom tan blang, no li pegabe, vaiga, sén ell tan moreno y moruno, y haguere preferit ficáli Herminia, com la agüela o yaya, o consevol atre nom, pero lo estiu aquell fée un sol que badáe les roques, y don Pedro, lo Périt, insistíe que les temperatures ni de nit baixaben de 35 grados, y que vaya estiuet, mare, que no sen enrecordabe de atre igual, que se fregíen hasta los muixóns volán, y la Régula, de per sí fogosa, se queixáe, ¡ay Virgen, quína calina mes gran!, y que no corre ni una bufadeta de aire ni de día ni de nit, y después de abanicás un rato en un paipai, movén sol la falange del dit gros dret, aplanat com una espátula, afegíe, aixó es un cástic, Paco, y yo li demanaré a la Virgen de las Nieves que acabo este cástic, pero la canícula no sedíe y un domenge, sense dílay a dingú, se va arrimá al Almendral, aon lo Mago, y a la tornada, li va di a Paco, Paco, lo Mago me ha dit que si esta pancha es femella li fica Nieves, no sigue que, per contrariá lo meu dessich, me ixque la cría en un antojo, y Paco sen va enrecordá de la chiqueta Menuda y va está de acuerdo, pos bueno, que sigue Nieves, pero la Nieves, que desde mocosa llimpiabe la porquería de la impedida y li rentáe les bragues, no va arribá a aná a la escola del Patronato perque per aquell entonses anaben ya a la Raya de lo de Abendújar y Paco, lo Baixet, cada matí, antes de ensillá, li enseñabe a la mosseta cóm se ajuntáen la B en la A y la C en la A y la C en la I, y la sagala, que ere mol espabilada, aixina que va arribá la Z y li va di, la Z en la I fa CI, va contestá sense pensásu, eixa lletra sobre, pare, pera naixó está la C, y Paco, lo Baixet, sen enríe y procurabe unflá la rissa, solemnisála, imitán les carcañades del siñoret Lucas, aixó cóntalsu als académics, y, per les nits, unflat de satisfacsió, li díe a la Régula, esta sagala veu creixe la herba, y la Régula, que ya per entonses se habíe ficat tan pechugona com les pechúa de Beseit, comentabe, a vore, trau lo talento seu y lo de l´atra, y Paco, ¿quína atra?, y la Régula, sense pedre la seua flema habitual, ae, la chiqueta Menuda, ¿en qué estás pensán, Paco?, y Paco, lo teu talento trau, y escomensáe a magrejála, y ella, ae, cotet, Paco, los talentos no están ahí, y Paco, lo Baixet, tórnay, engolosinat, hasta que, de repén, lo bram de la chiqueta Menuda rasgabe lo silénsio de la nit y Paco se quedabe parat com un estaquirot, desarmat, y finalmen, díe, Deu te guardo, Régula, y que descansos, y, en los añs, se anáe acostumbrán a la Raya de lo de Abendújar, y a la barraca blanca en la parra de moscatell, y al cobertís, y al pou, y al tremendo roble fénli sombra, y als roquissals escampats dels primés ramals de la montaña, y al riuet de aigüas tibies en les tortugues a les vores, pero un matí de octubre, Paco, lo Baixet, va eixí a la porta, com tots los matíns, y només ixí, ve eixecá lo cap, va obrí be los nassos y va di, se arrime un caball, y la Régula, al seu costat, se va fé visera als ulls en la ma dreta y va mirá llun, ae, no se veu a dingú, Paco, pero Paco, lo Baixet, continuabe ensumán, com un sabuesso, lo Crespo es, si no me equivoco, va afegí, perque Paco, lo Baixet, segóns díe lo siñoret Iván, teníe lo nas mes fi que un pointer, que ventáe de llarg, y en efecte, no habíe passat ni un cuart de hora, cuan se va presentá a la Raya, Crespo, lo Guarda Majó, Paco, lía lo petate que ten entornes al cortijo, li va di sense mes preámbuls, y Paco, ¿y aixó?, que Crespo, don Pedro, lo Périt, u ha manat, a michdía baixará lo Lucio, tú ya has cumplit, y, en la fresca, Paco y la Régula van amontoná les seues coses al carromato y van empendre la tornada y a dal de tot, acomodats entre los madalaps de borra de llana, anáen los sagals y, a detrás, la Régula en la chiqueta Menuda, que no paráe de cridá y torsíe lo cap, ara cap a un costat, ara cap al atre, y les seues flaques cametes impedides assomaben daball de la bata, y Paco, lo Baixet, montat a la seua yegua, los donabe escolta, velán en orgull la retaguardia, y li díe a la Régula eixecán mol la veu pera dominá lo tantarantán de les rodes a les roderes, entre crits y brams de la chiqueta Menuda, ara la Nieves mos entrará al colegio y Deu sap aón pot arribá en lo espabilada que es, y la Régula, ae, ya vorem, y, desde la seua atalaya, afegíe Paco, lo Baixet, los sagals ya tenen edat de traballá, sirán una ajuda pera la casa, y la Régula, ae, ya vorem, y continuabe Paco, lo Baixet, exaltat en lo traqueteo y la novedat, igual la casa nova té una alcoba mes y podrem torná a sé jóvens, y la Régula suspirabe, acunabe a la chiqueta Menuda y li esbarráe los mosquits a manotades, mentres, per damún de los negres carrascals, se enseníen una a una les estrelles y la Régula mirabe cap amún, tornabe a suspirá y díe, ae, pera torná a sé jóvens tindríe que callá ésta, y en cuan van arribá al cortijo, Crespo, lo Guarda Majó, los aguardabe al peu de la vella casa, la mateixa que habíen abandonat sing añs atrás, en lo pedís jun a la porta tot lo llarg de la fachada, y les dixades eres de geranios y, al mich, l´oró de sombra calenta, y Paco u va mirá tot apenat y va moure lo cap com negán y después va baixá los ulls, ¡qué li ham de fé! va di resignadamen, y, poc mes allá, donán ordens, anabe don Pedro, lo Périt, y bona nit, don Pedro, aquí tornam a está pera lo que vosté mano, bona nit mos dono Deu, Paco, ¿sense novedat a la Raya? y Paco, sense novedat, don Pedro, y conforme descarregaben, don Pedro los anabe seguín del carro a la porta y de la porta al carro, dic, Régula, que tú haurás de atendre la tanca, com abáns, y apartála en cuan séntigues lo coche, que ya saps que ni la Siñora, ni lo siñoret Iván avisen y no los agrade esperá, y la Régula, ae, a maná, don Pedro, pera naixó estam, y don Pedro, de matinet soltarás los pavos y rascarás la gallinassa, que sinó no ña Deu que aguanto en esta pudina, cóm put, y ya saps que la Siñora es bona pero li agráen les coses al seu puesto, y la Régula, ae, a maná, don Pedro, pera naixó estem, y don Pedro, lo Périt, va continuá donánli instrucsións, y no parabe de donáli instrucsións y, al acabá, va torse lo cap, se va mossegá la galta esquerra y se va quedá com atascat, com si se dixare algo importán, y la Régula sumisamen, ¿alguna cosa mes, don Pedro? y don Pedro, lo Périt, se mossegáe nerviosamen la galta y giráe los ulls cap a la Nieves pero no díe res y al final, cuan pareixíe que anáe a marchá sense despegá los labios, se va girá cap a la Régula, aixó es cosa apart, Régula, en realidat éstes son coses pera tratá entre dones, pero... y la paussa se va fé mes llarga, hasta que la Régula, sumisamen, vosté dirá, don Pedro, y don Pedro, me referixco a la chiqueta, Régula, que la chiqueta be podríe pegáli un ma a casa a la meua siñora, que, ben mirat, ella se acobarde pera les coses del hogar, va sonriure ágramen, y la chiqueta ya está creixcuda, que ña que vore cóm s´ha ficat la chiqueta ésta en poc tems, y, segóns parlabe don Pedro, lo Périt, Paco, lo Baixet, se anáe desunflán com un globo, com la seua virilidat cuan cridabe per la nit la chiqueta Menuda, y va mirá cap a la Régula, y la Régula va mirá cap a Paco, lo Baixet, y al remat, Paco, lo Baixet, va obrí los nassos, va pujá los muscles, y va di, lo que vosté mano, don Pedro, pera naixó estam, y, de repén, sense vindre a cuento, a don Pedro, lo Périt, se li van dilatá les nines y va escomensá a desbarrá, com si vullguere amagás daball del alud de les seues propies paraules, que no parabe, que, ara tots volen sé señoritos, Paco, ya u saps, que ya no es com abáns, que avui dingú vol embrutás les mans, y uns a la capital y datres al extranjé, aon sigue, lo cas es no pará, la moda, ya veus tú, que se pensen que en aixó han resolt lo problema, imagínat que después resulte que, a lo milló, pasarán fam y se morirán de aburrimén, veus a sabé, que atra cosa, no, pero a la chiqueta a casa, no li ha de faltá res, no es perque yo u diga... la Régula y Paco, lo Baixet, assentíen en lo cap, y intercambiaben furtives mirades cómplices, pero don Pedro, lo Périt, no reparabe en alló, que estabe mol exitat don Pedro, lo Périt, y sén que estáu conformes, demá de matí esperam a la chiqueta a casa, y pera que no la trobéu a faltá y ella no se ómpligue, que ya sabem tots cóm se les gasten los sagals ara, per les nits pot dormí aquí, y después de moltes brassillades y aspavéns, don Pedro va colá y la Régula y Paco, lo Baixet, van escomensá a instalás en silénsio, y después van sopá y, al acabá la sena, se van assentá a la vora del foc, y, en eixe momén, va entrá Facundo, lo Gorriné, tamé tens corache, Paco, a la Casa de dal no te pare ni Deu, que ya coneixes a doña Purita, que pareix que la punchon en agulles de cap, lo histérica, que ni ell la aguante, va di, pero, com ni la Régula ni Paco, lo Baixet, van replicá, Facundo va afegí, no la coneixes, Paco, si no me creus pregúntali a la Pepa, que va está allí, pero la Régula y Paco continuaben muts com la h, y, en vista de assó, Facundo, lo Gorriné, va pegá mija volta y sen va aná, y de matí, la Nieves se va presentá puntualmen a la Casa de dal y al atre día lo mateix, hasta que aixó se va fé una costum y van escomensá a passá insensiblemen los díes, y, aixina que va arribá mach, se va presentá un día lo Carlos Alberto, lo fill mes gran del siñoret Iván, a fé la Comunió a la capelleta del cortijo y dos díes después, después de mols preparatius, la Siñora Marquesa en lo Obispo en la berlina gran, y la Régula, aixina que va obrí la tanca, se va quedá pasmada dabán de la púrpura, sense sabé qué fé, a vorem, que, en prinsipi, en ple desconsert, va pegá dos cabotades, va fé una genuflexió y se va santiguá, pero la Siñora Marquesa li va apuntá desde la seua altura inabordable, l´anell, Régula, l´anell, y entonses, la Régula se va minjá a besos lo anell pastoral, mentres lo Obispo sonreíe y apartabe la ma discretamen, y va atravesá les eretes plenes de flos y va entrá a la Casa Gran, entre les reverénsies dels gorrinés y los gañáns y, al día siguién, se va selebrá la festa per tot lo alt, y, después de la seremónia religiosa a la capelleta, lo personal se va ajuntá a la corralada, a minjá chocolate en migues y ¡viva lo siñoret Carlos Alberto! ¡viva la Siñora! cridáen, pero la Nieves no va pugué estáy perque estáe servín als invitats a la Casa Gran, y u fée en gran propiedat, que retirabe los plats bruts en la ma zurda y los renovabe en la dreta, y a la hora de oferí les fons se reclinabe o belcáe una miqueta per damún del muscle esquerro del comensal, lo antebrás dret a la esquena, sonrién, tot en tal garbo y discressió que la Siñora sen va fixá en ella y li va preguntá a don Pedro, lo Périt, de aón habíe tret aquella alhaja, y don Pedro, lo Périt, sorprés, la de Paco, lo Baixet, es, lo guarda, lo secretari de Iván, lo que va está hasta fa uns mesos a la Raya de lo de Abendújar la menuda, que se ha fet polla de repén, y la Siñora, ¿la de Régula? y don Pedro, lo Périt, exactamen, la de la Régula, Purita la va desburrá en cuatre semanes, la chiqueta es espabilada, y la Siñora no apartáe l´ull de la Nieves, observabe cada un dels seus moviméns, y, en una de éstes, li va di a la seua filla, Miriam, ¿ten has fixat en eixa mosseta? ¡quína planta, quíns modals!, pulínla un poc faría una bona primera donsella, y la siñoreta Miriam mirabe a la Nieves disimulán, verdaderamen, la chica no está mal, va di, si acás, pera lo meu gust, una mica mes de aquí, y se señalabe la pitralera, pero la Nieves, sofocada, consentrada en la faena, se sentíe transfigurada per la presénsia del chiquet, lo Carlos Alberto, tan rubio, tan majo, en lo seu traje blang de marinero, y lo seu rosari blang y lo seu misalet blang, de manera que, al servíli, li sonreíe extasiada, com si li sonriguere a un arcángel, y a la nit, en cuan va arribá a casa, encara que se trobabe tronsada y baldada per lo ajetreo del día, li va di a Paco, lo Baixet, pare, yo vull fé la Comunió, pero tan imperativamen, que Paco, lo Baixet, va fótre un bot, ¿qué dius? y ella, tossuda, que vull fé la Comunió, pare, y Paco, lo Baixet, se va portá les dos mans a la gorra com si pretenguere aguantás lo cap, ñaurá que parlá en don Pedro, chiqueta, y don Pedro, lo Périt, al sentí de boca de Paco, lo Baixet, la pretensió de la chica, va petá a riure, va ajuntá les palmes y lo va mirá fixamen als ulls, ¿en quína basse, Paco?, a vorem, parla, ¿quína basse té la chiqueta pera fé la Comunió?; la Comunió no es un capricho, Paco, es un assunto massa serio com pera péndreu a broma, y Paco, lo Baixet, se va belcá, si vosté u diu, pero la Nieves se mostrabe caborsuda, no se resignabe, y en vista de la actitut passiva de don Pedro, lo Périt, va apelá a doña Purita, siñoreta, hay cumplit catorse añs y séntigo per aquí dins com unes ansies, y, de primeres, doña Purita, la va observá en assombro, y, después, va obrí una boca mol roija, mol retallada, ¡quínes ocurrénsies, chiqueta! ¿no sirá un mosso lo que tú nessessites?, y va soltá una rissotada y va repetí, ¡quínes ocurrénsies! y, desde entonses, lo dessich de la Nieves se va pendre a la Casa de dal y la Casa Gran com un despropósit, y se fée aná com un recurs, y cada vegada que arribáen invitats del siñoret Iván y la conversa, per pitos o per flautes, se apagáe o se estiráe massa, doña Purita señalabe a la Nieves en lo seu dit índice, rosadet, llimpio com una patena, y exclamabe, pos ahí tenen a la chiqueta, ara li ha pegat per fé la Comunió, y, al voltán de la gran taula, una exclamassió de assombro y mirades divertides y un murmullo constán, com un revol, y al racó, una rissa sofocada, y, tan pronte com ixíe la chiqueta, lo siñoret Iván, la culpa de tot la té este dichós Concilio, y algún invitat paráe de minjá y lo mirabe fíxamen, com interrogánlo, y, entonses, lo siñoret Iván considerabe que teníe que explicá les idees de esta gen, se obstinen en que se les trato com a persones y aixó no pot sé, vatros u estáu veén, pero la culpa no la tenen ells, la culpa la té eixe dichós Concilio que los malmet, y en estos casos, y en atres pareguts, doña Purita ajuntáe los seus ulls negres de rímel, se giráe cap al siñoret Iván y li rosabe en la punta del seu nas respingón lo lóbulo de la orella, y lo siñoret Iván se inclinabe damún della y se assomabe descaradamen al hermós abismo del seu escote y afegíe per di algo, pera justificá de alguna manera la seua actitut, ¿qué opines tú, Pura, tú los coneixes? pero don Pedro, lo Périt, casi enfrente, los observabe sense clucá los ulls, se mossegáe la fina galta, se descomponíe y, una vegada que se retiraben los invitats, y doña Purita y ell se trobáen a soles a la Casa de dal, perdíe lo control, te fiques lo sostén que abulte y te obris l´escote sol cuan ve ell, pera provocál, ¿o es que creus que me chupo lo dit? renegáe, y, cada vegada que tornáen de la siudat, del sine o del teatro, la mateixa copla, antes de baixá del coche ya se sentíen les seues veus, ¡rabosa, mes que rabosa! pero doña Purita, canturrejabe sense féli cas, se apeabe del coche y se ficáe a fé momos y passos de ball a la escalinata, contonejánse, y díe mirán los seus peuets, si Deu me ha donat estes grássies, no soc yo dingú pera avergoñím de elles, y don Pedro, lo Périt, la perseguíe, les galtes colorades, blangs los pabellóns de les orelles, no se trate de lo que tens, sino de lo que enseñes, que eres tú mes espectácul que lo espectácul mateix, y venga, y fóli, y ella, doña Purita, may perdíe la compostura, entrabe al gran ressibidó, les mans a la sintura, balanseján exageradamen les caderes, sense pará de cantá y ell, entonses, tancáe de una portada, se arrimabe a la panoplia plena de armes y agarrabe la surriaca, ¡te vach a enseñá modals a tú! bramáe, y ella, se plantáe dabán dell, paráe de cantá y lo mirabe als ulls firme, desafián, yo sé que no te atrevirás, gallina, pero si algún día me tocares en eixa surriaga, ya pots aventám un galgo, díe, y tornabe a contonejás después de giráli la esquena y se encaminabe cap a les habitassións y ell, detrás, cridabe y tornabe a quirdá, fen brassillades, pero mes que crits eren los seus udols entretallats, y, en lo momén mes agut de la crissis, se li esbadocáe la veu, aviáe la surriaca damún de un moble, y arrencáe a plorá y, entre singlot y singlot, gañoláe, chales fénme patí, Purita, si fach lo que fach es per lo que te vull, pero doña Purita tornabe als seus momos y contoneos, ya tenim esseneta, díe, y, pera distráures, se encarabe en la gran lluna del armari y se contemplabe en diverses postures, movén lo cap, despelussánse lo pel y sonriénse cada vegada en mes generosidat hasta forsá les comisures dels labios, mentres don Pedro, lo Périt, se desplomabe de morros damún de la bánua del llit, amagabe la cara entre les mans y se arrencabe a pllorá com una criatura y la Nieves, que mes o menos habíe sigut testigo de la essena, arreplegáe les seues coses y tornáe a casa chino chano, y si per casualidat, trobáe despert a Paco, lo Baixet, li díe, bona la han armada esta nit, pare, la ha ficat de rabosa per amún, ¿don Pedro? apuntabe, incrédul, Paco, lo Baixet, don Pedro, díe la Nieves, y Paco, lo Baixet, se ficáe les dos mans al cap, com pera aguantássel, com si se ni haguere de aná volán, clucáe los ulls y díe templán la veu, chiqueta, a tú estos pleitos de la Casa de dal, ni te van ni te venen, tú allí, sentí, vore y callá, pero al día siguién de una de estes trifulques, se va selebrá al cortijo la batuda dels Sans, la mes sonada, y don Pedro, lo Périt, que ere un tiradó discret, no assertabe una perdiu ni a la punta del nas, y lo siñoret Iván, a la pantalla de la vora, que acababe de tombá cuatre muixóns de la mateixa barra, dos per debán y dos per detrás, comentabe sardónicamen en Paco, lo Baixet, si no u vech, no mu crec, ¿cuán acabará de adependre este marica? li están entrán y no talle ploma, ¿ten dones cuenta, Paco? y Paco, lo Baixet, cóm no men hay de doná cuenta, siñoret Iván, u veu hasta lo cèlio de Tortosa, y lo siñoret Iván, may va sé un gran matadó, pero erre massa pera sé normal, algo li passe an este soquet, y Paco, lo Baixet, aixó no, assó de la cassera es una lotería, avui be y demá mal, ya se sap, y lo siñoret Iván agarráe una y atra vegada los puns, en sorprendén velosidat de reflejos, y entre pim-pam y pam-pim, comentabe en la boca torta, pegada a la culata de la escopeta, una lotto hasta sert pun, Paco, no mos engañem, que los muixóns que li están entrán an eixe marica los baixe un en la gorra, y, per la tarde, al minjá de la Casa Gran, doña Purita va torná a presentás en lo sostén de abultá, y la generosa balconada y venga a féli arrumacos al siñoret Iván, sonrisseta va, cluquet va, mentres don Pedro, lo Périt, se enseníe al racó de la taula sense sabé qué fé, y se mossegáe les fines galtes per dins, y, tan tremoláe, que ni assertabe a manejá los cuberts y cuan ella, doña Purita, va recliná lo cap damún del muscle del siñoret Iván y li va fé una carantoña y los dos van escomensá a amartelás, don Pedro, lo Périt, lo home, se va mich incorporá, va eixecá lo bras, va apuntá en lo dit índice y va bramá tratán de captá la atensió de tots, ¡pos ahí tenen a la chiqueta que ara li ha donat per fé la Comunió! y a la Nieves, que retirabe lo servissi en eixe momén, se li va girá l´estómec y li va pujá lo sofoco, pero va sonriure com va pugué, encara que don Pedro, lo Périt, continuabe señalánla implacable en lo seu dit acusadó y cridán com un lloco, fora de sí, mentres los demés sen enríen, ¡que no te se pujo lo pavo, chiqueta, no vaigues a fé cacharros!, hasta que la siñoreta Miriam se va compadí de ella, y va tersiá y ¿quín mal faríe en assó? y don Pedro, lo Périt, mes aplacat, va baixá lo cap y va di en veu baixeta, movén apenes un costat del bigot, per favó, Miriam, esta pobre no sap res de res y en cuan al seu pare no té mes alcáns que un gorrino, ¿quína classe de Comunió pot fé? y la siñoreta Miriam va estirá lo coll, va alsá lo cap y va di com sorprenguda, y entre tanta gen, ¿es possible que no ñague dingú capás de preparála? y mirabe fíxamen a doña Purita, al atre costat de la taula, pero va sé don Pedro, lo Périt, lo que se va quedá tallat y, a la nit, ya a la Casa de dal, li va di, com de passada, a la Nieves, no te haurás enfadat en mí per lo de esta tarde, ¿verdat, chiqueta? no va sé mes que una broma, pero no pensabe en lo que díe, perque li parláe a la Nieves, pero sen anáe dret cap a doña Purita y, al arribá a la seua altura, se li van fé minuts los ulls, se li van estirá les galtes, li va ficá les mans tremoloses als frágils muscles despullats y li va di, ¿se pot sabé qué te proposes? pero doña Purita se li va separá en un movimén desdeñós, va pegá mija volta y va escomensá en los seus momos y les seues cansonetes y don Pedro, lo Périt, fora de sí, va agarrá una vegada mes la surriaca de la panoplia de les armes y la va acassá, ¡aixó sí que no te u perdono, tros de rabosot!, va cridá, y la seua furia ere tanta que se li van enganchá les paraules al garganchó, pero als pocs minuts de entrá a la alcoba, la Nieves, com de costum, lo va escoltá derrumbás al llit y gemegá sofocadamen contra lo cuixí.