miércoles, 20 de junio de 2018

Pompeyo, Pompeu Fabra

A los chavales les hacen pronunciar "reials" cuando en textos oficiales catalanes del 1663 ponían reals. Ocurrencias de un químico para diferenciarse del español. (y del occitano)

Reportori de les crides reals


Ocurrencias de un químico por diferenciarse del español. Pompeyo Fabra

https://rafaeldelmorall.wordpress.com/



Pompeyo, Pompeu, Fabra


Pido perdón a quienes se sientan banderilleados al leer Pompeyo y no Pompeu como esperarían. Me atengo aquí a las normas estrictas del uso de las lenguas cuando disponen de antropónimos, topónimos y glotónimos propios. (Glotónimos, para los educados en la LOGSE, nombres de lenguas).

gramàtica, valencià, català

Si el catalán antiguo vivió, especialmente bajo el nombre de valenciano, la edad dorada de su literatura, malvivió luego somnoliento, unos tres siglos, y revive en segundo periodo de brillantez para responder a los movimientos románticos, y en el siglo XX para la proyección de la lengua en tres claros periodos. En el primer tercio del siglo, hasta la Guerra civil, abundan instituciones, publicaciones y centros de difusión. En el segundo, otra vez por la acción de los ejércitos, sufre un periodo de oscuridad que no afecta a la transmisión generacional a través de la familia. En el tercero generaliza y expande su uso en una seria apuesta por recuperar la vitalidad que tuvo en la Edad Media, época en que dispuso de dos privilegios que, una vez perdidos, son difíciles de recuperar: el monolingüismo de sus hablantes y la riqueza literaria (aquí me refiero al valenciano, claro).

Un solo catalanohablante, a quien podríamos nombrar continuador del legendario Raimundo Lulio, se responsabilizó de la normalización del catalán de Cataluña. Fue el ingeniero industrial y filólogo de vocación Pompeyo (con perdón) Fabra i Poch (1868-1948). Con solo veintitrés años publicó en castellano su Ensayo de gramática de catalán moderno donde describía por vez primera la lengua hablada con una cuidada y precisa transcripción fonética digna de todo elogio.
Desde entonces y hasta su muerte, que le llegó en el exilio, se dedicó al estudio filológico de su lengua materna y consiguió rescatarla del abandono. Fabra actualizó la ortografía y llevó a tal extremo su empeño que fue capaz de completar y cerrar el proceso.

Inició su trayectoria, tan lúcida, cuando intervino, en 1906, en el I Congrés Internacional de la llengua catalana con una comunicación sobre fonética y ortografía. Su trabajo de investigación reforzó tanto su prestigio que fue elegido para dirigir la normativització lingüística. Y para cumplir con fines tan cabales se creó en 1907 el Institut d’estudis cagalans, que propicia la aparición, en 1912, de la Gramática de la lengua catalana. Esta primera y seria descripción normativa fue redactada por Fabra, digámoslo por rigor histórico, en lengua española.

En 1913 aparecieron las Normes ortogràfiques que desataron, como siempre con estos asuntos, tantas adhesiones como rechazos, y que fueron completadas en 1917 en el Diccionari ortogràfic. Uno de los puntos enfrentados de aquella norma de escritura se refería a los criterios para reflejar la pronunciación dialectal, escorada del castellano a diferencia del acercamiento del valenciano. Pero las ortografías son discutidas mientras son novedosas. Una vez asentadas toman solera y vuelven a ser clásicas. Es evidente que en la solución para la eñe eligió una combinación poco razonable: Catalunya, y no Cataluña. A los gallegos no les pareció incorrecto usar la eñe castellana.


las batallas de la ñ, Rafael del Moral

Con la adopción como oficial de la gramática en 1918 se inicia una etapa que culmina en 1932 con el Diccionari general de la llengua catalana, popularmente conocido como el Fabra, y también con el Curs mitjà de gramàtica catalana, pensado especialmente para los escolares y germen de futuros y bien aprovechados usos. Aquel mismo año el filólogo accede, con el brillante currículo de su prestigio, a la Cátedra de lengua catalana de la Universidad de Barcelona.


Eran firmes y progresivos los pasos incluso cuando en el periodo del general Primo de Rivera (1923-1930) pidió el dictador a los hablantes regionales que difundieran la lengua predominante «como único medio eficaz de ensanchar y fortalecer la base racial y espiritual de la España grande».


En el periodo de la Segunda República (1931-1939) Cataluña recuperó buena parte de sus instituciones, o al menos dos importantes: la Generalitat, y el estatus de lengua oficial para el catalán. La constitución de 1931 señalaba en su artículo cuarto: «…a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional». Y añadía en el cincuenta:

«Es obligatorio el uso de la lengua castellana y ésta se utilizará también en todos los Centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas».
Vivió Fabra su exilio a partir de 1939 en Francia, donde murió seis años después en Prada de Conflent, cerca de la frontera con la Cataluña del sur ? / norte . 66500 Prades /
La historia de la lengua catalana transcurre en tres etapas: la monolingüe, la ambilingüe y otra muy reciente, la de la ruptura en Cataluña.
El periodo monolingüe se extiende desde las más antiguas muestras de identidad hasta los inicios del siglo XVI. Durante esa etapa medieval de algo más de tres siglos el catalán es lengua única y habitual de sus hablantes, y desarrolla en Valencia, donde es llamado valenciano, una literatura que ocupa un lugar de privilegio entre las grandes de la humanidad.
Vita Christi de la Reuerent Abb´adl´atínta. (la t está damún de la radera a. pareix un muixó. (Abbadessa de la Trinitat)
El periodo ambilingüe abarca los cinco siglos siguientes, y se inicia cuando la vitalidad de la lengua se desvanece porque sus hablantes, que pertenecen a la corona de Castilla, se apropian del castellano, lengua imperial, para el uso habitual de la comunicación. La lengua del imperio eclipsa también al valenciano, gallego, vasco, asturiano y aragonés.
De la misma manera el latín había oscurecido a las lenguas mediterráneas de la antigüedad; y el toscano, hoy más conocido como italiano, por la misma época, a las docenas de lenguas de la península itálica. El proceso no esconde violencia ni imposición. Son los hablantes quienes se apropian de una lengua que les resulta útil. Un caso más reciente lo encontramos en la India y la adopción del inglés. 
Desde entonces, y hasta ahora, el catalán y las otras lenguas hispánicas viven su periodo de observación del mundo compartido con el castellano, que se instala en la cotidianeidad con la misma naturalidad que las lenguas maternas, es decir, sin esfuerzo alguno, con toda llaneza y sencillez, sin tapujos.
El periodo de ruptura se inicia a principios de los años 1980 cuando España se divide para su administración en diecisiete autonomías. Buena parte de las competencias se concedieron a las regiones, y éstas desarrollaron sus propias leyes. Fue entonces cuando los poderes públicos autonómicos, en un paradójico intento de identificación, señalaron como lenguas propias de Cataluña, del País Vasco y de Galicia al catalán, gallego y vasco, respectivamente. Un embarazoso error, en mi opinión, porque faltó considerar que mucho más propio de los citados territorios es el español, lengua también propia o materna de sus hablantes, asentada durante más de treinta generaciones.
Los poderes públicos regionales, con normativas favorables a las lenguas minoritarias, dictaron leyes que debilitaron las normas elementales de respeto y convivencia, y que en Cataluña condicionaron la libertad de quienes solo hablan castellano, que son mayoría en esa y en todas las demarcaciones hispánicas.
Pero el caso del catalán de Cataluña se hizo más complejo. Veamos las razones.
Se habla catalán o valenciano o balear, que así pueden llamar sus hablantes a la lengua (este tío es muy tonto), en los siguientes territorios administrativos:
Lexique roman; Filtracio – Finibusterra
  1. La ciudad de Alger en la isla italiana de Cerdeña, donde sus hablantes pueden llamarlo alguerés
  2. El territorio francés del Rosellón donde la ciudad más poblada es Perpiñán.
  3. El Principado de Andorra, donde convive con el francés y el español, pero tampoco cuenta con hablantes monolingües.
  4. La Comunidad Autónoma de Aragón
  5. La Comunidad Autónoma de Cataluña donde la ciudad más poblada es Barchinona.
  6. La Comunidad Autónoma de las Islas Baleares donde sus variedades pueden recibir el nombre de mallorquí, menorquí o ibicenco.
  7. La Comunidad Autónoma de Valencia, donde recibe el nombre de valenciano.
  8. Y la Comunidad Autónoma de Murcia, donde es también llamado valenciano.
14.6.1461, de hoc o de no
Durante unos cinco siglos los hablantes de catalán-valenciano-balear lo han sido también de italiano, francés o español como lengua complementaria. Pero en las últimas décadas un sector de los hablantes ambilingües de Cataluña, y solo ellos, reivindican su lengua, desde el poder, como única en su dominio autonómico. Para ello han tomado medidas para frenar y eclipsar la presencia del español, que pueden resumirse en las siguientes:
– Desaparición como lengua vehicular en la enseñanza. En Cataluña se puede estudiar en francés, en inglés, en italiano o en alemán, pero no en castellano.
– Prohibición de su uso en la administración (consultas, folletos, documentos, impresos, correspondencia, indicaciones de tráfico…).
– Ausencia del castellano en tantas cuantas indicaciones públicas se esparcen por el territorio ambilingüe.
– Prohibición de rotular en castellano, única lengua que llega a todos los hablantes, y sanción económica a quienes lo hacen. Las otras lenguas del mundo, sin embargo, están autorizadas.
Necesitaríamos una estadística que mostrara con transparencia cuántos son los catalanes monolingües y cuántos los ambilingües, pero ese es el secreto mejor guardado. Para enmascararlo, no se pregunta en las encuestas por la lengua materna o propia de los hablantes, sino por si entiende, lee, habla o escribe, que es la mejor manera de confundir los resultados. Es sabido que mostramos una tendencia natural a engrandecer nuestros conocimientos, y mucho más en lo que se refiere al de las lenguas cuando nadie ha de comprobarlo. De esa manera la implicación del ciudadano con el catalán es, como cabría esperar, casi absoluta. La misma encuesta en Extremadura, donde el estudio de una lengua extranjera es obligatorio en todos los centros de enseñanza, podría deducir que el ochenta por ciento de los jóvenes extremeños leen, entienden, hablan o escriben en inglés.
Los catalanes monolingües, especialmente los jóvenes, imposibilitados para cursar estudios en castellano, lo hacen en catalán y se protegen, si lo desean, con la consigna que el gobierno regional ha dictado de manera subrepticia, que conocer dos lenguas es un bien, por lo tanto nosotros somos más que el resto de españoles, pues ellos solo hablan una. La demagógica consigna oculta lo innecesario de obligar a una comunicación en la lengua menos útil, y sobre todo la privación de un bien inalienable: la libertar para elegir la lengua en que uno quiere formarse.
El catalán de Cataluña, que no el hablado en las otras siete demarcaciones administrativas, se alza así como una lengua que pretende erradicar al español de su territorio, aunque el español sea el único idioma común de los catalanes. Es fácil encontrar museos o exposiciones donde, ajenos a los más elementales principios de respeto a la lengua materna, se usa el catalán y el inglés, y no el español. Cuando visité hace unos años la exposición de los Guerreros de terracota de Xian, un video en catalán se proyectó de manera obligada para los visitantes, mayoritariamente españoles de distintas procedencias, aunque, eso sí, con subtítulos en inglés.
No añadiré, por innecesario, que el conflicto no se repite en ninguna de las otras legislaciones europeas sobre la presencia de lenguas minoritarias en sus territorios.
DOMINIOS AMBILINGÜES DEL CATALÁN-VALENCIANO
TerritorioPaísPoblaciónHablantes ambilingüesLengua principalPolítica
Lingüística
CataluñaEsp7.500.0002.700.000españolImposición del catalán. Eclipse imposible del castellano.
ValenciaEsp5.000.0002.000.000españolLibre elección de la lengua de enseñanza
BalearesEsp1.120.000400.000españolVariaciones según el gobierno regional.
RosellónFra450.00035.000francésSin política lingüística. Iniciativas municipales para el catalán.
AragónEsp1.300.00033.000españolSin política lingüística. Los hablantes no la solicitan
AndorraAnd77.00026.000esp/fraTres lenguas habituales. Libertad de elección.
AlguerIta 44.0008.000italianoSin política lingüística.
MurciaEsp1.500.000350españolSin política lingüística.
TOTAL16.991.0005.169.350
Diremos, para resumir, que las lenguas propias de Cataluña son,  desde el siglo XVI, dos, el catalán y el castellano. Desde entonces los grandes escritores de Cataluña suelen elegir, pues poseen ambas con igual destreza, el castellano. Si en el pasado hubo hablantes monolingües de catalán, hoy ya no existen. Los monolingües de castellano superan, como hemos dicho, a los ambilingües, pero las políticas lingüistas, sin embargo, se conciben como si solo existiera una lengua propia en Cataluña, el catalán.
Se ha instalado la moda, incentivada por las clases políticas, de expresarse en catalán sin tener en cuenta la lengua del interlocutor porque los nacionalistas exaltados han decidido, en falsa reciprocidad, que los hablantes monolingües deben entenderlos como ellos entienden el castellano. El ningún otro momento de la historia de la humanidad se ha desarrollado, a mi entender, tanta irracionalidad en las políticas lingüísticas.
Catanazis
Y se expresan algunos hablantes con tal ligereza y arrogancia que empieza a ser educado en Cataluña humillar a los monolingües. Y ha llegado a tal extremo la exigencia que resulta obligatorio mostrar conocimientos de catalán en distintos grados, aunque los ambilingües sean minoritarios. De cualquier manera, y en contra de todo principio elemental de convivencia, se impone en muchos ambientes por iniciativa del grupo más fuerte la lengua menos útil.

Language Misconceived: Arguing for Applied Cognitive Sociolinguistics

En "Language Misconceived: Arguing for Applied Cognitive Sociolinguistics" de Karol Janicki hacen referencia al conflicto de las lenguas catalana y valenciana. Además, se destaca que no existe ninguna demostración que sirva para decir que el valenciano es un dialecto catalán.

https://journals.equinoxpub.com/index.php/SS/article/download/28912/27242

the economist , valencian, catalan
Editor: Routledge (11 May 2006) (1600) ASIN: B013J9QH9Q

 

Language and conflict – Selected issues
Karol Janicki (2015)
London and New York: Palgrave and Macmillan. Pp. xiii + 228.
ISBN 978-1-137-38140-8

Reviewed by Beatriz Christino

Professor at the Department of Foreign Languages of the University of Bergen (Norway), where he has developed the research project ‘The language of peace and non-aggression’, author of Language misconceived – Arguing for applied cognitive sociolinguistics (2006) and Confusing discourse (2010), Karol Janicki  has produced an admirable work with his new book, Language and conflict – Selected issues (2015). Being a well-founded analysis also accessible to the general public (as well as undergraduate students), this volume tackles a central question of linguistic fields like pragmatics, sociolinguistics, and applied linguistics, addressing almost everyone’s experience: ‘What roles do language and communication play in conflicts?’ (p. x).

Defined by its author as devoted to ‘micro questions’ such as ‘how the use of certain words or grammatical constructions may allow us to manipulate people, how it may arouse emotions, or how it may lead to unintended confrontation’ (p. 5, italics as in the original), the book assumes an enlightening perspective of inquiry on language use. Furthermore, it establishes a dialogue not only with works written by influential linguists (e.g., Lakoff, Fillmore, and Hymes), but also with those produced by other scientists such as Leonard Mlodinow and those belonging to a long philosophical tradition, discussing positions of, among others, Plato, Spinoza, Locke, Schopenhauer, and Voltaire.

Its structure is, to a significant degree, responsible for this combination of a work most worthy of respect and a useful guide for whoever is interested in avoiding conflicts by enhancing his/her own linguistic awareness. Each of the volume’s eight chapters contains a real story (most of them experienced by the author himself) that works as a meaningful and tangible illustration of the key concepts, followed by a section entitled ‘Summary and practical advice’.

Readers searching for more information about specific issues can count on the ‘Suggestions for further reading’ which close each chapter. In addition to that, a two-page glossary (pp. 203–204) clarifies the terminology that may appear challenging to non-specialists.

The first chapter deals with the widespread misconception that words and their referents in the real world have a ‘natural’ connection. As the author demonstrates, it is crucial not to forget that ‘words activate concepts in the mind’ (p. 16) and that this operation inevitably leads to a different result for each individual since personal experiences diverge. Particularly evident in the very common borderline of non-typical cases and fuzzy situations – which encompass highly abstract concepts – this complex process receives attention throughout this book.

In fact, a main idea of this chapter (recurrently reaffirmed and complemented in the following ones) is that ‘When we differ and are not aware of it, things may easily go wrong. When we differ and are aware of it, and possibly discuss the differences, we are less likely to get involved in conflict’ (p. 16).

Describing more precisely the activation of concepts in the human mind corresponds to the topic of the second chapter. It shows us that ‘words evoke whole scenarios’ (p. 32) and explains that alternative framing makes us imagine and talk about the same thing in different ways. Furthermore, it characterizes various kinds of framing processes: for example, through metaphors such as categorization and binary opposition. The last one, centered on the contrast us vs. them (the enemy), often takes place in the political domain, being particularly conducive to conflict. 

As far as framing effects are concerned, the author informs us that negation cannot suppress the images evoked by words (something which structures like ‘Don’t think about an elephant!’ confirm) and that hypothetical constructions, as well as questions, are indicative of frames. As the author warns us, many journalists and politicians adopt questions as a strategy to induce their interlocutors to the framing of a specific situation. Considering texts published in daily newspapers and magazines, Janicki exposes ‘the use of framing to instigate or perpetuate conflict in the public sphere’ (p. 36). Appropriately, this chapter includes the section ‘Framing for conflict – framing for peace’ .

The role of emotions in arising, sustaining, and worsening conflicts constitutes the subject of the third chapter. In order to develop this discussion, Janicki takes into account recent work in cognitive neuroscience, which yields a new understanding about the nature of emotions and their relation with our linguistic behavior and our judgements. He asserts that emotions, as a neurophysiological phenomenon, control our lives to a significant measure.

Also based on works in psychology, the author indicates that we react faster to negative stimuli, including negative words. Linking this chapter to the previous one, he observes that ‘when a situation is framed in terms of words evoking strong emotions, the framing effects may be twice as strong as when relatively emotion-neutral words are used’ (p. 64, italics as in the original). Thus, delaying our emotional reaction to words, even though particularly hard, becomes undoubtedly rewarding: this component of emotional intelligence assumes a preeminent role in preventing conflict, as Janicki highlights. Investigating how emotions interact with discourses that tend to provoke conflicts, the author mentions the relevance of the distinction between typical and non-typical insults. Furthermore, he devotes an entire section to scrutinizing hate speech and focusing on the impossibility of reaching an ultimate definition of it.

The fourth chapter, ‘Descriptions, inferences and evaluations – Different levels of abstraction and conflict’, alerts us to the fact that even descriptions (in spite of their ‘more concrete’ nature) may differ from speaker to speaker, due to the intricate relations between perception, memory, and language. Concerning inferences, we are reminded that those differences are ‘almost limitless’, representing a constant source of disagreement. 

Janicki characterizes the processes involved in establishing inferences, such as the ‘illusion of cause’ (the tendency not only to associate two events, but also to identify one of them as the cause and the other one as its consequence). According to him, in particular the inferences pointing to a single reason might generate conflicts. In fact, Janicki shows that a strategy to escape from conflict is to distinguish clearly between descriptions, inferences, and evaluations. Even more abstract than inferences, the last ones might be especially dangerous for peaceful coexistence. Above all, we should be careful with evaluations containing the verb to be in their structure (e.g. He is arrogant, she is intelligent), since, as the author advises us, they create an illusion of stability and certainty in an unstable and constantly changing world. In this chapter, Janicki also discusses how highly abstract words can work as tools for conflict, on the one hand, or for peace, on the other.

Facing a major issue of our days, the fifth chapter discusses ‘Euphemisms, dysphemisms and political correctness’ and bears the quite suggestive subtitle ‘How we can get misdirected’. Janicki starts with a brief history of political correctness (henceforth PC), while the second section of this chapter presents various definitions for this concept, none of them ‘correct in some absolute sense’ (p. 109). Intrinsically connected with issues of language and conflict, PC encompasses the search for ways of speaking that promote social justice, as Janicki clarifies. With the intention to achieve an accurate picture of such a polemic topic, the author contrasts the arguments and the discursive strategies of the PC defenders and those of its opponents. Moreover, he provides us with a sample of expressions coined to replace the traditional ones, considered to be denigrating (e.g. ‘sanitation worker’ instead of ‘garbage man’) and reserves a section of the book to examine sexist language. Janicki views PC expressions as linked to shifts in the process of framing, thus arguing that their use may be conducive to changes in attitudes and prevent conflict. Analogously, he recommends abandoning words and expressions that reinforce stereotypes. Regarding euphemisms and dysphemisms, whose ‘use goes back to the beginnings of recorded history’ (p. 123), Janicki gives special attention to the adoption of euphemisms as a strategy of deception and/or manipulation. In his view, this procedure comes up frequently in the language of politics, which expressions such as ‘collateral damage’ (referring to people injured or killed during a military operation) or ‘enhanced investigation’ (instead of the clear-cut ‘torture’) make evident.
 Undoubtedly, there are differences in the way people handle the situations of everyday life from the linguistic point of view. Exploring the nature of these differences, as well as the conflicts that they may cause, corresponds to the aim of the sixth chapter – ‘Communicative competence – how we may misinterpret other people’s linguistic behaviour’. As Janicki demonstrates, the concept of appropriateness – which depends on sociolinguistic rules – assumes particular relevance in this context. He informs us that these rules function as regulative guidelines and do not present any trace of a categorical nature. By consequence, there is a considerable range of variation and unpredictability in (socio)linguistic behaviour.

The author displays the rules governing our communicative competence in a continuum, with extremes occupied by idiosyncratic and semi-categorical rules.
Additionally, the author reveals that our lack of awareness of how our own communicative rules differ from those of our interlocutors gives rise to a multitude of misunderstandings and conflict situations. Another problematic feature that contributes to disagreements and unfriendly interactions is our incapacity to relativize: we tend to perceive our own way to behave linguistically as ‘the’ way to behave. This propensity is perfectly described by Janicki, who also delineates the relations between communicative competence and non-verbal behavior in a specific section, while considering the relations between communicative competence and inferences in another one.

The seventh chapter enables us to understand the frequent emergence of conflicts associated with the meaning of linguistic units. Most coherently, Janicki’s first step here coincides with the application of a principle formulated in the first chapter – not mixing words and things. Therefore, he is in no way playing with words when he states that ‘the word “meaning”, like any other word, has no ultimate meaning in itself. It only means something to us language users’ (p. 154, italics as in the original). In his effort to unveil which senses ‘meaning’ may have to us, Janicki differentiates the classical and the prototypical approaches to meaning. Evidently he rejects the former, since it postulates the meaning of a word as intrinsic to the linguistic unit itself, in a process that completely excludes the individual language user. He advises us that those who believe ‘in the one correct meaning of a word, […] tend to be dogmatic, inflexible, self-righteous, complacent and cantankerous’ (p. 161). On the contrary, the conscious option to conceive meaning in the prototypical way provides us with much more tolerance and flexibility, decreasing considerably the occurrence of conflict situations. In this chapter, Janicki considers also incomprehensible language, determining various reasons that lead speakers to produce unintelligible messages and emphasizing the deliberate use of intricate texts as a manipulative strategy. Moreover, the author clarifies that the attribution of meaning definitely represents a matter of power, given that ‘[t]he people who have power define what words mean’ (p. 171).

Throughout the book, Janicki proves that language use often causes and/or worsens conflicts. In the eighth chapter, he indicates how education could help to reverse this state of affairs. Since ‘beliefs rule our perception’ (p. 179) and our strongest beliefs accompany us from our childhood, the author states that education for peaceful coexistence, oriented by ‘peace linguistics’ (a concept characterized on pp. 187–188), should start during the very first years of schooling.
Going further, he verifies the considerable distance between this ideal and the reality of the educational systems in different countries (the United StatesEngland, Scotland, Australia, Norway, and Poland), evaluating the role linguistics plays in each of them. As a result, he recognizes the need for a significant change, pointing out that ‘[w]e may assume that an awareness of linguistic phenomena other than variation will contribute to still further reduction of social friction’ and concluding that ‘linguistics deserves a place in the K-12 educational system’ (p. 185). He also stresses the linguists’ responsibility in enabling this transformation by establishing a fruitful dialogue with society.

In the concluding chapter, Janicki reinforces his refusal of dogmatism, affirming that his work ‘promotes one view of language and conflict’ and assuring that other perspectives, guided by different philosophical, theoretical, and methodological orientations, ‘could also be seen […] as valid and useful’ (p. 199)
Even though Janicki’s Language and conflict, due to its instructive approach, is especially recommendable as an introductory text for students in linguistics and communication, also scholars of linguistics and nonspecialists will certainly find it a valuable reading. Its attentive consideration of significant aspects involving language use and the appearance/avoidance of conflicts makes this work really compelling and thought-provoking.

(Received 21st October 2015; accepted 23rd October 2015)