champouirau, chapurriau, chapurriat, chapurreau, la franja del meu cul, parlem chapurriau, escriure en chapurriau, ortografía chapurriau, gramática chapurriau, lo chapurriau de Aguaviva o Aiguaiva, origen del chapurriau, dicsionari chapurriau, yo parlo chapurriau; chapurriau de Beseit, Matarranya, Matarraña, Litera, Llitera, Mezquín, Mesquí, Caspe, Casp, Aragó, aragonés, Frederic Mistral, Loís Alibèrt, Ribagorça, Ribagorsa, Ribagorza, astí parlem chapurriau, occitan, ocsitá, òc, och, hoc
El “senyal del rey d’Aragó” eran las armas de dignidad real. Con el paso del tiempo su uso se fue territorializando por medio de concesiones reales. El primer municipio que luce las barras es el municipio de Milhau (Francia), por concesión de Alfonso II (1187).
¿Cuándo pasa el “senyal del rei d’Aragó”, a representar las instituciones catalanas?Desde siempre, el emblema había sido San Jorge. La documentación nos dice que en 1417 la Diputación encarga “que sien fets y renovats los segells de la scrivania de la diputació del general… ab lo qual se puxa empremtar e figurar la imatge de san Jordi a cavall qui mata lo drach… e aquest segell servesca a seguellar totes letres patents qui´s dressen a qualsevol persones… a papa e cardenals e al senyor rey…e altres persones reyals…”. Es evidente que las barras no eran el escudo oficial. Como tampoco lo era de las Cortes que -reunidas en Tortosa en 1430- ordenan pagar 65 florines de oro de Aragón al platero Pere Torralba por la ejecución de dos sellos “a on son esculpides les armes del dit general de Cathalunya, ço es sent Jordi a cavall qui mata o onciu lo drach…”.
300 años más tarde, iniciadas las cortes catalanas de 1701, no aparecía el sello por ningún lado. Parece que nadie lo recordaba, ”ni saverse qual se usave en les corts antecedents encara que aparexia poderse esculpir… la imatge del glorios Sant Jordi portant lo escut amb la creu…”. Tras acalorados debates, el 19 de octubre de 1701 se adopta el acuerdo de grabar uno nuevo con el “Escut de ditas quatre barras y corona real”, para solicitar la venia real de uso.
Detrás de ese extraño olvido hay que situar las convulsiones antiseñoriales como la “revolta dels barretines o de la terra”, el “avalot de les faves” o los asedios campesinos de Barcelona en 1688 y 1689. Quizás interesaba un cambio de imagen que acercara la institución al pueblo más identificado con la realeza. Y nada más apropiado para conseguir la concesión real que el marco de las cortes catalanas, que juraron con vivas demostraciones de afecto y júbilo al nuevo rey Felipe V de Borbón, el 12 de octubre de 1701. Cortes que duraron hasta el 12 de Enero, y en las que se acordó además del uso del “escut de ditas quatre barras y corona real”, un donativo real de 12 millones pagaderos en 14 años, nombramiento de 14 títulos de marqueses y condes, 20 privilegios de nobleza, 20 de caballeros, y otros 20 de ciudadanos; todo ello entre grandes fiestas y regocijos populares, de manera que -como dice Macanaz- “no quedó a los catalanes nada que pedir, ni al rey cosa especial de concederles”.
Así que la Generalitat no lo sabe, pero al ocultar el escudo de Felipe V tapándolo con el de la Generalitat, en realidad le están haciendo el último homenaje al rey que concedió a la Generalitat el uso de su “senyal” como rey de Aragón. Si la Generalitat fuera consecuente, el Parlament debería rechazar el uso de las barras de Felipe V, las barras felipistas, por haber suprimido las instituciones tradicionales catalanas. Las cuales, por cierto, ahora ningún nacionalista querría, pues les parecen “medievales”; y las cuales son ridículas comparadas con el actual poder omnímodo de la Generalitat.
Aunque ya sabemos que el nacionalismo no va de coherencia, sino de ideología y fantasmagoría histórica.
Per tal con aquelles coses les quals per los princepsse fanpusleugerament per los sotsmeses son tretes en exemple: esguardador esser jutgam que en tots los nostres fets axi com realaltea no poch ho requer honestament e temprada nos hajam axi que los savis en ben sien conformats e els no savis e avanitats entenens en temprançasien provocats. Honsobrefluitats esquivants majorment en aquestes coses les quals ordinariament sana fer: volem que ordinariament si donchs per altra causa en altra manera fer no ho manavem quatre sellespalafrenalsablurs frens de les quals les dues ab nostre senyal real e les altres dues la unaabsenyal de sent Georgi e laltraabsenyalantich de rey Daragosien a servey de nostra persona apparellades Ies dues de les quals hagencuyrscuberts de vellutsdaur e de seda comunits e les altres dues romanents hagen cuyrs no cuberts de velluts segons manera apparellada accedent a nostre desijament: de les dites empero dues selles havents cuyrscuberts de vellutcascun any la una prop la festa de la Nativitat del glorios Salvador del humanallinatgesia feta e altra prop abans de la festa de Pentacostaaximateixsia feta e les romanents dues selles havents cuyrs no cuberts de vellutcascun any prop ans de la festa de la resurreccio de nostre Senyor la una esser feta ab aquest edicte laudable manam e laltra prop de la festa de Omnium Sanctorum volem esser complida: e apres sis almenys selles darmes destinades per servey de nostra persona hajam de les quals dues sien de nostre senyal real de tot en tot decorades e les altres a senyal de sent Jordi e les dues altres romanents al dit senyal antich de rey Darago. Manam encara que quatre mantes almenys continuament sienappareylades a cobrir les dites selles a servey de nostra persona destinades les dues de les qualessien a nostre senyal real en totes les lurs parts e les altres la una a senyal de sent Jordi e laltra al senyal antich Darago. En apressubjungim a les coses damunt dites que continuament hi sia copia de mantes e daltres coses necessaries a cavals e a les altres besties damunt dites.
Ni reino catalá, ni país catalá, ni paísos catalans, ni país valensiá.
Estos términos, hoy manidos y generalizados por el independentismo, chocan drásticamente con la realidad y con la historia. Tan solo se ha materializado la proclamación ilegal del Estat catalá en tres ocasiones hasta la actualidad. Todas, a partir del siglo XIX y tras el nacimiento del fervor nacionalista. Sin embargo, en cada una de ellas el gobierno y la cordura actuaron para acabar de raíz con aquellos separatistas que -en 1873, 1931 y 1934- intentaron llevar a cabo una ilegalidad manifiesta.
Y es que, aunque duela a muchos, la historia no miente. Cataluña, en contra de lo que nos quieren hacer creer, ya formaba parte de la Hispania romana y de la visigoda. Y jamás tuvo consideración de Estado. De hecho, pasó a ser uno de los dominios de la Corona Aragón después de que el rey Ramiro II casara a su hija Petronila con Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona) en 1151. Fue, en definitiva, una forma de adquirir, por vía matrimonial, aquellos territorios que tanto ansiaba.
En base a esa unión nació la Corona de Aragón. No la Corona de Cataluña. Y, por ello, términos actuales como «Países catalanes», «Confederación catalano-aragonesa» o «Corona catalano-aragonesa» (hoy más que populares gracias al independentismo) poco tienen de realidad.
Un intento de Estado
El término Estado catalán permaneció en el olvido hasta la llegada de la Primera República. Una forma de gobierno que arribó a las fronteras españolas como culminación del proceso revolucionario de 1868 y tras el suspiro que supuso el reinado de Amadeo I de Saboya (quien apenas sentó sus reales dos años en el trono).
«Nadie la trae; la traen todas las circunstancias», afirmó sobre el nuevo régimen Emilio Castelar, ministro de Estado desde la proclamación de la Primera República en 1873.
El experimento saldría caro a la postre. En los escasos 22 meses que se extendió en el tiempo pasaron por el poder nada menos cuatro presidentes. Por si fuera poco, a partir del 11 de junio de 1873 las Cortes promulgaron el establecimiento de un sistema federalista que (a pesar de no llegar a ponerse en práctica en principio) favoreció el enfrentamiento entre diferentes regiones.
Ya lo dijo el destacado jurista Juan Ferrando Badía en su obra «Primera República Española»: «El federalismo fue una gran utopía […] que conformó la mentalidad del […] regionalismo».
Ejemplo de ello fue el nacimiento -a partir de 1873- de hasta 26 movimientos cantonales que buscaban la independencia de pequeñas regiones como Camuñas o Motril. La lucha por la autonomía llegó al absurdo en regiones como Jumilla (hoy, un municipio de unos 970 kilómetros cuadrados). No en vano, desde el mencionado territorio se envió el siguiente texto: «La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana se atreve a desconocer su autonomía y a traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá».
En este contexto se produjo (entre 5 y el 7 de marzo de 1873) la proclamación del Estado catalán por parte del anarquista malagueño José García Viñas y el médico socialista francés Paul Brousse. «Los impulsores fueron representantes de las diputaciones catalanas y baleares reunidos en el palacio de la Generalitat», explica el historiador catalán Andreu Navarra Ordoño en su obra «La región sospechosa. La dialéctica hispanocatalana entre 1875 y 1939».
El experto añade que la dirección del movimiento recayó sobre Baldomer Lostau, de la «izquierda federalista catalana». Lo que implica que poco tenía aquello de acción independentista y que, por el contrario, lo que realmente buscaban los golpistas era presionar al gobierno de Estanislao Figueras para que aplicara, de una vez por todas, las promesas federales que prometía.
Así queda claro en el título que le dieron los golpistas a su nuevo experimento político: «Estado catalán federado con la república española».
A nivel práctico, todo ocurrió muy rápido. En palabras de «La Correspondencia de España» (uno de los diarios más destacados del siglo XIX) «unos 16.000 voluntarios» declararon repentinamente «el Estado catalán» en el Ayuntamiento de Barcelona el 5 de marzo. Con todo, y a pesar del éxito inicial, el periódico también señaló en su momento que «gran número de personas abandonó la ciudad» y que «todas las corporaciones y agrupaciones republicanas, la Diputación, el Ayuntamiento, los federalistas, el centro republicano federal, y las asociaciones de los distritos se pusieron en expectativa».
Para una buena parte de los autores, el movimiento fue minoritario a pesar de que lograra hacerse con el poder. Uno de los que secunda esta tesis es el hispanista francés Pierre Vilar en su obra «Breve historia de Cataluña»: «Nadie les apoyó, y en Madrid fueron reprobados por los catalanes que, por primera vez, eran responsables de la República». A pesar de ello, y durante dos jornadas, los secesionistas se plantearon objetivos tan descabellados como convocar elecciones u obligar al ejército español ubicado en la región a disolverse.
La vida del Estado catalán se extendió escasamente dos días. Como ministro de Gobernación, las primeras medidas que tomó Francisco Pi y Margall fueron (en palabras de Pérez Roldán) «incomunicar la ciudad con el resto de España» y poner sobre aviso a «los gobernadores de las provincias adyacentes con el objetivo de aislar el movimiento».
Al final todo aquello quedó en nada cuando, según Navarra, el político contactó con los independentistas y «los disuadió de continuar con aquel camino prometiendoles que en las próximas elecciones constituyentes sería votada una constitución federal».
La doctora en historia, por su parte, cree determinante para el abandono de aquellas ideas secesionistas el que la crisis del Gobierno republicano en la capital acabase rápidamente.
Por sorpresa.
Hubo que esperar seis décadas tras el fallido experimento de 1873 para que los partidos republicanos forjados al calor de la «Dictablanda» de Primo de Rivera se unieran en San Sebastián y acordaran constituirse en un «Comité Revolucionario». O «autoproclamarse», como llegó a expresar el anarquista Diego Abad de Santillán tras la reunión celebrada en 1930.
Ya entonces, y tal y como afirma José Gonzalo Sancho Flórez en su obra «La Segunda República española», «los catalanes formaron su propio comité, aunque comprometiéndose desde el principio a prestar su total apoyo al Nacional». En palabras del experto, a cambio solicitaron el apoyo de sus compañeros a la «causa catalanista» ofreciéndoles un Estatuto de Autonomía cuando llegaran al poder.
Aquel grupo fue el germen al que se fueron uniendo -en los meses siguientes- varios partidos ávidos de un cambio de rumbo político. Además de la base sobre la que se construyeron los comicios del 12 de abril de 1931. Los mismos que acabaron convirtiéndose en un plebiscito contra la monarquía. «En ellos, el pueblo de una forma indirecta y, si cabe, hasta sin proponérselo, entregó el poder a las fuerzas republicanas burguesas y a sus aliados socialistas», añade Sancho. La victoria de estos partidos en 41 capitales de provincia fue un auténtico puñetazo en la mesa y terminó de un plumazo con la monarquía.
Apenas dos jornadas después, el 14 de abril de 1931, el júbilo se hizo patente en Eibar, la primera ciudad en alzar la bandera republicana. A las tres y media de la tarde se hizo lo propio en el edificio de Correos de Madrid.
Sin embargo, una de las regiones españolas donde se vivió con más fervor la llegada del nuevo sistema político fue en Barcelona. En la Ciudad Condal el encargado de proclamar la llegada de la República desde el balcón del Ayuntamiento fue Lluís Companys, uno de los pesos pesados de la también victoriosa Esquerra Republicana(ERC). Aunque, como señala Montserrat Figueras en su obra «Apuntes iusfilosóficos en la Cataluña franquista (1939-1975)», fue a eso del mediodía y, por tanto, bastante antes que en la capital.
Apenas media hora después de que Companys se dirigiese a los ciudadanos de Barcelona y fuera recibido con gritos de «¡Viva la República!» se vivió el segundo intento secesionista catalán.
Y es que, posteriormente se dejó caer por el mismo Ayuntamiento Francesc Maciá (líder de ERC) para proclamar la independencia catalana. Así narró el ABC este suceso el 15 de abril: «El Sr. Maciá desde el balcón habló nuevamente, manifestando que en nombre del pueblo de Cataluña se hacía cargo del Gobierno catalán y que en aquella casa permanecería para defender las libertades de su patria». A su vez, señaló que permanecería en aquella casa «sin que pudiese sacársele de allí como no fuera muerto».
A su vez, dirigió un escrito a los alcaldes de la región en los siguientes términos: «En el momento de proclamar el Estado catalán bajo el régimen de la República catalana os saludo con toda el alma y os pido que me prometáis la colaboración para sostenerla, comenzando por proclamarla en vuestras ciudades».
Con esta proclamación, el político se negó «de facto» a aceptar los resultados de las elecciones nacionales. De nada sirvieron los votos de miles y miles de españoles. Por suerte, el gobierno prefirió no recurrir a la fuerza y el día 17 de abril envió a los ministros Fernández de los Ríos, Marcelino Domingo y Lluís Nicolau d'Olwer a negociar con Maciá. Su labor fue determinante para el devenir de la región, pues lograron aplacar aquella locura ilegal.
«Después de las negociaciones [...] se acordó dejar a un lado la cuestión del “Estado” catalán, y substituir dicho planteamiento político por el de la restauración de un sistema de autogobierno limitado bajo el nombre histórico de Generalitat. Además se acordó la redacción de un Estatuto que el gobierno de la República presentaría como ponente en las Cortes. […] El gobierno provisional de la República dictó un decreto el 21 de abril de 1931 restaurando la Generalitat; en cuanto al proyecto de Estatut de Catalunya [...] fue elaborado y aprobado en los meses siguientes», explica Antoni Jordá en «Federalismo, regionalismo, nacionalismo: el restablecimiento de la Generalitat y el Estatuto catalán durante la Segunda República».
El último intento
La última intentona secesionista catalana se produjo en el marco de la Segunda República española allá por octubre de 1934. Justo después de que estallara la ira entre la izquierda por el acceso de tres ministros de la CEDA (una confederación de partidos católicos y de derechas) al gobierno estatal. Su llegada indignó a los más extremistas y provocó una huelga general que puso en jaque el régimen establecido.
Así explica la situación el sindicalista Antonio Liz Vázquez en su obra «Octubre de 1934: Insurrecciones y revolución»: «El día 5, por orden del Comité Revolucionario, ya estaba en marcha la huelga general y el paro era total en ciudades como Madrid, Barcelona, Oviedo y Bilbao».
La tensión aumentó drásticamente. En Madrid, por ejemplo, se decretó el despido de los trabajadores que se unieran a los parones establecidos (algo factible, pues estos habían sido declarados ilegales por el gobierno).
Y mientras en la capital se recurría a la fuerza para controlar a los huelguistas, en Cataluña sucedía otro tanto. De hecho, en Barcelona la discordia era máxima debido a la división entre las tres fuerzas predominantes: la Generalitat, la CNT y la Alianza Obrera. «La división entre ellas era total», añade Liz en su texto. De esta guisa, el día 5 el gobierno local envió guardias de asalto para tratar de sofocar las revueltas que pudieran sucederse en la urbe.
En esas andaba la situación el 6 de octubre de 1934 cuando Lluís Companys (presidente de la Generalitat y líder de Esquerra Republicana tras la muerte de Maciá) proclamó el Estado catalán. Lo hizo, en palabras de Liz, presionado por los obreros. Sus palabras (recogidas en la edición del 11 de octubre del diario ABC) llamaban al enfrentamiento: «¡Catalanes! Las fuerzas monárquicas y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar a la República han logrado su objetivo y han asaltado el poder. [...] los núcleos políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña constituyen hoy el soporte de las actuales instituciones. [...] Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas».
El diario ABC publicó, el día 11, la relación de los hechos. El texto fue escrito por el periodista Antonio Guardiola bajo el titular «El golpe de Estado de la Generalidad», quien describió lo tensa que estaba la situación antes de que Companys saliera al balcón de la Generalitat: «La plaza de la República fue llenándose de gentes, y en particular de jóvenes afiliados al Estat Catalá, somatenistas y partidarios de la Esquerra. Todos iban armados y algunos llevaban, además de una magnífica carabina Winchester, una soberbia pistola automática, a veces ametralladora, y en general, material modernísimo y excelente».
Acabado el discurso, inició una ronda de llamadas para ganar adeptos a su causa. El primer mandamás al que se dirigió fue al general Domingo Batet, jefe de la IV División Orgánica y «catalanista moderado» (tal y como afirma Pierre Broué en su obra «Ponencias presentadas al Coloquio Internacional sobre la IIa República Española»). A este militar le solicitó que se pusiese a sus órdenes para «servir a la República Federal que acabo de proclamar».
Contrariamente a lo que pensaba el presidente de la Generalitat, el oficial se mantuvo fiel a España. Companys tuvo más suerte con el comandante Enrique Pérez Farrás, el jefe de los Mossos d'Esquadra, quien sí se adhirió a la causa secesionista.
Batet, por su parte, no se quedó mano sobre mano. Tras hablar con Companys telefoneó al presidente Alejandro Lerroux y, basándose en órdenes suyas, inició los preparativos para acabar con la rebelión. «Tras recibir refuerzos de Marruecos, el general declaró el estado de guerra», determina Luis E. Íñigo Fernández en su obra «Breve historia de la Segunda República española».
Broué añade que «todos los militares y la mayoría de las unidades policiales obedecieron las órdenes» del oficial fiel al gobierno. Frente a ellos se posicionaron un centenar de Mossos dispuestos a defender la Generalitat, así como milicianos pertenecientes -entre otros grupos- a Alianza Obrera.
Tras arribar a la zona, Batet atacó con fuego de fusilería y disparos de artillería. La lucha podría haber sido cruenta, pero el general se limitó a esperar pacientemente a que los defensores se rindieran. Todo ello, a pesar de que había recibido órdenes de acabar con la resistencia con contundencia. «Durante la noche, el ploramiques Companys y Batet negociaron la rendición, que tuvo lugar el 7 de octubre», añade Broué. Para entonces ya habían muerto en Barcelona entre 40 y 50 personas durante las escaramuzas.
Posteriormente Batet y Companys fueron detenidos. Algo en lo que hace mucho hincapié el libro «Historia de Cataluña» (editado por el Museo de Historia de Cataluña): «El gobierno de la Generalitat fue hecho prisionero, juzgado y condenado a treinta años de prisión; el Estatuto de Autonomía quedó suspendido, y la mayoría de ayuntamientos y las nuevas autoridades pasaron a ser de carácter gubernativo». La obra, sin embargo, no explica que aquella proclamación fue una rebelión.
Lluís Companys, un genocida como referente moral y político del independentismo catalán.
Todos los españoles y muy especialmente los españoles catalanes, tenemos derecho a conocer la auténtica historia. No podemos permitir que se nos sigan ocultando ni tergiversando los hechos históricos. Pretendo con esta publicación arrojar un poco de luz sobre el perfil humano y político del abyecto personaje que 77 años después de su desaparición, sigue siendo el referente moral e ideológico del independentismo catalán. Y es que cuando hablamos de los salvajes talibanes de Oriente solemos olvidar que en España, no hace tanto tiempo, se perpetró una persecución religiosa como no se había conocido desde los tiempos de la Roma pagana o la invasión islamita del año 711. Uno de esos asesinos en serie, no menos esforzado en sus labores criminales que el carnicero de Lyon o "El Califa", fue el nacionalista catalán Luis Companys, una deyección de la Segunda República a la que que no hace tanto tiempo le han puesto Compartido, calle y hasta el nombre del estadio olímpico de Barcelona para mayor vergüenza de todos los ciudadanos de bien. Según diversos estudios considerados de máxima solvencia, el aludido detritus nacionalista catalán creó 200 Comités de Milicias con el siguiente resultado: Persecución neroniana contra la Iglesia: 2.441 asesinatos de religiosos (1.538 curas, 824 religiosos, 76 monjas), incluyendo 3 obispos catalanes. En agosto de 1936 las patrullas de Companys mataban 70 curas al día. Muchos eclesiásticos de las provincias fronterizas pudieron huir de la Cataluña de Companys. Por eso en Lérida fue exterminado el 65% del clero, en Tortosa el 62%, en Vic el 27%, en Barcelona el 22%, en Gerona el 20%, en Urgel el 20% en Solsona el 13%. En fin, un 35% del clero de toda España fue asesinado en Cataluña. Por eso Companys le confesaba a Juan Simeón Vidarte hablando de los frailes: “De esos ejemplares aquí no quedan”. Destrucción artística y cultural. Como escribió Juan Bassegoda Nonell, director de la Cátedra Gaudí: “Nunca en la dilatada historia de Cataluña se había producido un conjunto de daños contra el patrimonio artístico tan sistemáticamente organizado”. Salvo el rescate in extremis de Montserrat, la catedral de Barcelona y poco más, la Generalitat legitimó los expolios y destrucciones: joyas escultóricas, retablos barrocos, incunables, las pinturas de Sert en la catedral de Vich… Incluso el canónigo catalanistaMartí Bonet habla de “el martirio de los templos”.
En Barcelona ardieron 500 iglesias, incluida la Sagrada Familia: todas menos 10. Se profanó la tumba de Gaudí, se quemaron 464 retablos de valor incalculable, se silenciaron las campanas. Asesinatos por militancia política: Companys acabó con 1.199 carlistas, 281 lligaires, 117 de Acción Popular Catalana, 110 del Sindicato Libre, 108 falangistas, 213 de la CEDA, 70 de Renovación Española, 36 de la Unión Patriótica. Asesinatos de periodistas: 54 víctimas. Coses de la llibertat de premsa sota la Generalitat nacionalista. Asesinatos de nobles: 31 víctimas. Asesinados del Círculo Ecuestre: 52 víctimas. Asesinatos de poetas y literatos: al menos 17 víctimas. El terror acabó apagando el genio cultural catalán de toda una generación. La lista de intelectuales emigrados superaría con creces a la de los que se quedaron… Para finalizar, hoy podemos afirmar sin temor a equívocos que los treinta y cuatro meses últimos del gobierno de Lluís Companys (de julio de 1936 a febrero de 1939) fueron una auténtica deshonra para Cataluña. Fueron sin lugar a dudar los años más siniestros de la gloriosa historia de esa queridísima tierra española llamada Cataluña. En 1939, Lluís Companys vencido en la guerra civil, se exilió, pero fue detenido en Francia, juzgado y fusilado en Barcelona el 17 de octubre de 1940. (15 pone en la viquipèdia). La historia nos indica que en julio de 1936 Companys había hecho fusilar 199 militares de los que se sublevaron en Barcelona, en el alzamiento de Franco y Mola. (Me mola Franco) Estos son los hechos... Que cada cual saque sus conclusiones. https://www.dolcacatalunya.com/2015/10/vea-como-companys-firmaba-sentencias-de-muerte-contra-mujeres-y-civiles/
Publicó un decreto el 26 de julio de 1936 donde, “a proposta de Presidència”, para “acabar de aniquilar en toda Cataluña los últimos núcleos fascistas existentes”creaba el “Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña”. El catalán Gassiot Magret escribía que “cuantos tuvimos la desgracia de tener que sufrir el terror rojo de Barcelona, sabemos que las Milicias Antifascistas eran los técnicos y ejecutores de los asesinatos. Nos consta que no hubo ningún asesinato de personas religiosas que no hubiese sido autorizado por el Comité Directivo”.
No, això no ho ensenyen a les madrasses de la Gene. (Ni a Tv3%)
Companys autorizó personalmente decenas de asesinatos. Per exemple, podem veure la foto de la Sentència 377 del Tribunal d’Espionatge i Alta Traició de Catalunya, de 19-11-1938, i confirmada pel President Lluís Companys el 10-12-1938: pena de mort a 7 homes i 6 dones. Gràcies a Déu aquest cop el mandat d’en Companys no es va complir, perquè va fugir davant l’arribada dels nacionals el 26 de gener del 1939.
Miren lo que pensaba Francesc Cambó sobre la ejecución de Companys:
“Lluís Companys no havia estat mai catalanista, sinó que en la seva primera juventut era netament anticatalanista. (…) L’afusellament fou un immens error d’en Franco. Injust? Ell, el 6 d’octubre, havia comès igual delicte que els militars, i fou indultat.En el 1936, ell féu afusellar tots els militars revoltats".
Companys no va ser el “President Màrtir”, sinó el president que va generar més màrtirs a la història de Catalunya. Hoy su bisnieto rechaza el nacionalismo catalán mientras Artur Mas lo abraza con delirio.
¿Qué pensaríais si el gobierno alemán rechazara y condenara el Juicio a los jerarcas Nazis en Nüremberg? Una indecencia similar ha perpetrado el Gobierno español en el Consejo de Ministros celebrado ayer día 21 de diciembre en Barcelona.
Es sintomático que Lluís Companys, uno de los mayores genocidas de la Guerra Civil española, sea el principal estandarte del independentismo catalán. La vileza de estos fanáticos neo-supremacistas no puede ser mayor: le dedican calles, que les niegan a sus víctimas; al destructor de gran parte del patrimonio catalán, le dedican un estadio olímpico; al que quiso eliminar la iglesia católica en Cataluña, ordenando la quema de iglesias y el asesinato de muchos religiosos, una banda de separatistas ignorantes lo propone para su canonización por la misma iglesia que él quiso exterminar. No pueden, ni deben convertir en Presidente Mártir, al presidente que más mártires generó en la historia de Cataluña.
Nuestro gobierno cuestiona, sin analizarlo, el juicio que tuvo este sanguinario animal y que él negó a miles de catalanes que fueron asesinados impunemente por las milicias que él mismo creó.
Si tan injusto fue el juicio, ¿Por qué no publican el expediente judicial?, para que los ciudadanos juzguemos si tuvo o no garantías, si fue o no fue culpable.
Pero no nos quedemos en las palabras, pasemos a los hechos históricos:
El 6 de octubre de 1934, como presidente de la Generalidad, proclamó desde el balcón de la Generalitat el "Estat Català", que apenas le duró 10 horas, pero que costó 110 muertos. Companys fue condenado a 30 años de prisión por rebelión militar. A pesar de su condena, sólo estuvo en prisión 16 meses. Nada más llegar al poder el Frente Popular en febrero de 1936, el nuevo gobierno de extrema izquierda decretó una amnistía urgente a todos los encarcelados por los golpes de Estado de Cataluña (les suena de algo a los que viven aún en 2023-2024?) y Asturias de 1934, restituyendo la Generalitat con él al frente.
Companys, vuelve por sus fueros independentistas y no tiene ningún escrúpulo en coaligarse con la CNTpara prescindir del gobierno central e instaurar de facto un régimen semiindependiente en Cataluña.
En mayo de 1936, ojo, meses antes del estallido de la Guerra Civil, Companys creo el Comité Militar Revolucionario, que estaba compuesto por unos 200 comités, con un total de 8.000 voluntarios miembros de su partido, especialmente de las Juventudes de Esquerra Republicana, a las que dotó de 20.000 fusiles. Tras el estallido de la Guerra, estas milicias serían el núcleo del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña, fundadas por un decreto del presidente Companys el 26 de julio de 1936 y que sembró el terror en la retaguardia durante toda la guerra. El decreto firmado por él dice: “La rebelión fascista ha sido vencida por el heroísmo popular y el de las fuerzas locales. Precisa, pues, acabar de aniquilar en toda Cataluña los últimos núcleos fascistas existentes y prevenirse contra los posibles peligros de fuera. Por tanto, a propuesta de la presidencia, y de acuerdo con el Consejo Ejecutivo, decreto lo siguiente: 1º Se crean las milicias ciudadanas para la defensa de la República y la lucha contra el fascismo y la reacción … 2º En toda Cataluña se constituirán los Comités locales de defensa que deberán obrar de acuerdo con el Comité Central”. / Ver CDR actual /
Tras el fracaso del golpe de 1936 en Cataluña, en vez de encarcelar a los alzados como habían hecho con él, Companys hizo fusilar a 199 militares que participaron en el golpe en Barcelona.
Estas milicias antifascistas fundadas por él y dirigidas por la Generalitat, y no elementos descontrolados como nos quieren hacer creer, fueron las responsables del asesinato sin juicio ni garantías legales de 8.352 víctimas entre julio de 1936 y febrero de 1939, según fuentes de la propia Generalidad de Cataluña. En su mayor parte eran civiles pertenecientes a partidos de derechas, miembros del clero o empresarios. Y no se trata de una cifra que se pueda aumentar o disminuir a capricho, son personas con nombre y apellido, que se pueden consultar en este enlace.
El terror fue "legal", pues las acciones quedaban respaldadas por leyes y decretos de la Generalitat. De hecho, Companys el 4 de agosto de 1936 consiguió que el Parlamento autonómico aprobara un Decreto conforme al cual todas las atribuciones del parlamento pasaban al Gobierno autonómico, alterando por decreto la legalidad democrática. Companys y su gobierno se hacían así responsables directos de todo lo que pasaba en Cataluña.
Companys, autorizó a las diferentes formaciones del Frente Popular y Sindicatos obreros a organizar sus propias “Checas”, en donde, mediante la tortura y el posterior asesinato, se iba limpiando Cataluña de derechistas, “fascistas” y clero.
Ordenó la creación de seis campos de concentración, como el deOmells de Na Gaia(Urgel). En ellos, muchos presos murieron de hambre, los guardias tenían licencia para matar sin que nadie preguntara por qué; los débiles, los enfermos y todo aquel que no podía trabajar eran asesinados.
Él mismo firmaría sentencias de muerte. De los más de 8.000 asesinados en Cataluña casi 400 fueron sometidos a juicio bajo la autoridad de Companys.
La persecución de la Iglesia en Cataluña fue dramática:
En Lérida fue exterminado el 65% del clero, en Tortosa el 62%, en Vic el 27%, en Barcelona el 22%, en Gerona el 20%, en Urgel el 25% y en Solsona el 13%. Por eso Companys le confesaba, hablando de frailes, a Juan Simeón Vidarte, vicesecretario general del PSOE: “De esos ejemplares aquí no quedan”. Un caso paradigmático fue el del alcalde de Lérida, que fue torturado y fusilado por Companys por celebraruna Cabalgata de Reyes.
Además de las ejecuciones, Companys prohibió el culto católico. Preguntado por una revista francesa por su posible restauración, contestó orgulloso: “¡Oh! Este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas”.
Y no estaba lejos de la realidad, bajo el régimen del terror de Companys fueron destruidos más de 7.000 edificios religiosos en toda Cataluña. Solo en Barcelona ardieron 500 iglesias, incluida la Sagrada Familia, se profanó la tumba de Gaudí, se quemaron 464 retablos de valor incalculable, provocando la destrucción, el robo y el expolio de una gran parte del patrimonio histórico y artístico de Cataluña.
¿Cómo es posible que unos descontrolados pudieran ser tan destructivos, sin que él, que disponía de los Mozos, del ejército popular y de las milicias antifascistas, pudiera hacer nada?
Por supuesto que no es posible, y que fue precisamente su odio al catolicismo lo que hizo que algunas de estas fuerzas se emplearan activamente en esta destrucción del patrimonio catalán, mientras otras se daban mus, como ocurre hoy con una parte de los Mozos y los destructivos CDR,s.
Sánchez y su gobierno, con este rechazo a la condena de Luis Companys, siguen en su línea de blanquear el pasado asesino de las fuerzas del Frente Popular, con el propósito de que los asesinos puedan convertirse en victimas y por ello, no dudaran en anular juicios y destruir documentación histórica. Pero en la era digital eso ya no es posible, existen copias de todo en formato digital, y por mucho que pretendan ocultar la verdad, estos gestos son solo “una payasada”, nadie va a desfusilar a Companys, ni van a poder borrar de la historia lo que este genocida hizo.