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martes, 22 de diciembre de 2020

Lo corv. Edgar Allan Poe.

Lo corv.

Edgar Allan Poe.

Traducsió de Ramón Guimerá Lorente (Moncho).


Lo corv. Edgar Allan Poe. Traducsió de Ramón Guimerá Lorente, Moncho

Traducsió de una versió trobada a internet
que no té res a vore en la original de Edgaret "The Raven".
Carlos Arturo Torres.


I

Una nit pavorosa, ñirviós
relligía un mamotreto gros
cuan vach creure escoltá
un extrañ soroll, de repén
com si algú tocare suavemén
a la meua porta: «Visita impertinén
es, vach di, y res mes».

II

¡Ah! Men enrecordo mol be; ere al ivern,
impassién yo medía lo tems etern
cansat de buscá
als llibres la calma tranquilisadora
al doló de la morta Leonora
que habite en los ángels ara
¡pera sempre mes!

III

Vach sentí los cruixits y l´elástic
rosá de les cortines, un fantástic
terror, com may sentit había
y vach volé aquell soroll explicám,
lo meu espíritu oprimit calmá per fin:
«Un viaché perdut es,
vach di, y res mes».

IV

Ya en mes calma: «Caballé
vach cridá, o dama, suplicátos vull
tos servigáu excusá
pero la meua atensió no estabe ben desperta
y va sé la vostra cridada tan inserta...»
Vach obrí allabonses de gom a gom la porta:
oscurina, y res mes.

V

Miro al no res, exploro la tiniebla
y séntigo entonses que la meua mén
se ompli de idees com cap atre mortal
les va tindre abáns,
y escolto en oíts anhelans
«Leonora » unes veus sussurrans
murmurá, y res mes.

VI

Torno a la meua estansia en temó
y torno a escoltá mes fort fotre cops;
«algo, me dic, toque a la finestra,
compendre vull la siñal arcana
y calmá esta angustia sobrehumana»:
¡lo ven, y res mes!

VII

La finestra vach obrí: revolán
vach vore entonses un corv aleteján
com un muixó de un atra edat;
sense mes seremonia va entrá a la sala
en gesto siñorial y negres ales
y damún de un busto, al dintel de Palas,
se va posá, y res mes.

VIII

Miro al muixó negre, sonrién
dabán del seu grave y serio continén
y li escomenso a parlá,
no sense intensió irónica:
«Oh corv, oh venerable ave anacrónica,
¿quín es lo teu nom a la regió plutónica?»
Va di lo corv: «May mes».

IX

En este cas tan raro
me vach extraña de escoltá tan cla
tal nom pronunsiá
y ting que confessá que me vach assustá
pos dingú, crec, va tindre lo gust
de un corv vore, posat damún de un busto
en tal nom: «May mes».

X

Com si haguera volcat l´alma,
va callá lo muixó y ni un momén
les plomes va sorollá,
«datres de mí han fugit y yo me crec
que ell sen anirá demá sense tardá
com ya m´ha abandonat la esperansa»;
va di lo corv: «¡May mes! »

XI

Una resposta al escoltá directa
me vach di, no sense inquietut secreta,
«Es aixó y res mes.
Tot lo que va adependre de un amo desgrassiat,
al que tossut ha perseguit la fortuna
y sol este estribillo ha conservat
¡eixe may mes, may mes!»

XII

Vach girá l´assiento hasta quedám enfrente
de la porta, del busto y del vidén corv
y entonses ya, reclinat a la blana cadira
en somnis fantastics me afonaba,
pensán sempre en qué volíe di
aquell may mes, may mes.

XIII

Mol tems me vach quedá aixina ensomián,
y aquell extrañ muixó
sense pará mirán;
ocupabe lo diván
de vellut, aon juns mos assentabem
y en lo meu dol, pensaba que Ella,
may mes ocuparíe esta habitassió.

XIV

Entonses me va pareixe l´aire denso
com una auló de sucarrat incienso
de un invissible altá;
y escolto veus repetí:
«Olvida a Leonor, béute lo nepenthes
beu l´olvido a les seues fons»;
va di lo corv: «¡May mes! »

XV

«Profeta, vach di, augur de atres edats
que van aventá les negres tempestats
aquí peral meu mal,
huésped de esta morada de tristesa,
dísme, oscur engendre de la nit de paó,
si una mel ñaurá per a la meua amargó»:
va di lo corv: «¡May mes!»

XVI

«Profeta, vach di, o dimoni, tú, corv,
per Deu, per mí, per la meua gran doló,
per lo teu poder fatal
dísme si alguna vegada a Leonora
tornaré a vore a la eternal aurora
aon está felís en los querubins»;
va di lo corv: «¡May mes! »

XVII

«Que sigue esta paraula la radera,
torna a la plutónica rivera»,
vach cridá: «¡No tornos mes,
no dixos ni potades, ni una ploma
y lo meu espíritu, rodejat de densa broma
libera del pes que té!»
Va di lo corv: «¡May mes! »

XVIII

Y lo corv parat, fúnebre y adusto
seguix sempre de Palas posat al busto
y en la llum del meu cresol,
proyecte una taca umbría a la alfombra
y la seua mirada de demoni assombre...
¡Ay! ¿La meua alma en dol
de la seua sombra se podrá apartá?
¡May mes!

https://narrativabreve.com/2017/02/el-cuervo-allan-poe-en-estado-puro.html

Aquí os ofrezco la traducción de Julio Cortázar y, tras esta, la versión original (The Raven).

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir graznando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

//


Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`’Tis some visitor,’ I muttered, `tapping at my chamber door –
Only this, and nothing more.’

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow; – vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow – sorrow for the lost Lenore –
For the rare and radiant maiden whom the angels named Lenore –
Nameless here for evermore.

And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me – filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
`’Tis some visitor entreating entrance at my chamber door –
Some late visitor entreating entrance at my chamber door; –
This it is, and nothing more,’

Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
`Sir,’ said I, `or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you’ – here I opened wide the door; –
Darkness there, and nothing more.

Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortal ever dared to dream before;
But the silence was unbroken, and the darkness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, `Lenore!’
This I whispered, and an echo murmured back the word, `Lenore!’
Merely this and nothing more.

Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
`Surely,’ said I, `surely that is something at my window lattice;
Let me see then, what thereat is, and this mystery explore –
Let my heart be still a moment and this mystery explore; –
‘Tis the wind and nothing more!’

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door –
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door –
Perched, and sat, and nothing more.

Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
`Though thy crest be shorn and shaven, thou,’ I said, `art sure no craven.
Ghastly grim and ancient raven wandering from the nightly shore –
Tell me what thy lordly name is on the Night’s Plutonian shore!’
Quoth the raven, `Nevermore.’

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning – little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door –
Bird or beast above the sculptured bust above his chamber door,
With such name as `Nevermore.’

But the raven, sitting lonely on the placid bust, spoke only,
That one word, as if his soul in that one word he did outpour.
Nothing further then he uttered – not a feather then he fluttered –
Till I scarcely more than muttered `Other friends have flown before –
On the morrow he will leave me, as my hopes have flown before.’
Then the bird said, `Nevermore.’

Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
`Doubtless,’ said I, `what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore –
Till the dirges of his hope that melancholy burden bore
Of “Never-nevermore.”‘

But the raven still beguiling all my sad soul into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird and bust and door;
Then, upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore –
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt, and ominous bird of yore
Meant in croaking `Nevermore.’

This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom’s core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion’s velvet lining that the lamp-light gloated o’er,
But whose velvet violet lining with the lamp-light gloating o’er,
She shall press, ah, nevermore!

Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by Seraphim whose foot-falls tinkled on the tufted floor.
`Wretch,’ I cried, `thy God hath lent thee – by these angels he has sent thee
Respite – respite and nepenthe from thy memories of Lenore!
Quaff, oh quaff this kind nepenthe, and forget this lost Lenore!’
Quoth the raven, `Nevermore.’

`Prophet!’ said I, `thing of evil! – prophet still, if bird or devil! –
Whether tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted –
On this home by horror haunted – tell me truly, I implore –
Is there – is there balm in Gilead? – tell me – tell me, I implore!’
Quoth the raven, `Nevermore.’

`Prophet!’ said I, `thing of evil! – prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us – by that God we both adore –
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore –
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?’
Quoth the raven, `Nevermore.’

`Be that word our sign of parting, bird or fiend!’ I shrieked upstarting –
`Get thee back into the tempest and the Night’s Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken! – quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!’
Quoth the raven, `Nevermore.’

And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon’s that is dreaming,
And the lamp-light o’er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted – nevermore!

jueves, 26 de julio de 2018

No trobo a la meua dona

Ahí me vach trobá en esta dona al supermercat DIA de Valderrobres y li vach dí: No trobo a la meua dona. Puc parlá en tú un minutet? Sí, claro, pero no sé com t´ajudará aixó.Vorás com parlán en tú apareix en un segón.

Ahí me vach trobá en esta dona al supermercat DIA de Valderrobres y li vach dí: No trobo a la meua dona. Puc parlá en tú un minutet? Sí, claro, pero no sé com t´ajudará aixó.Vorás com parlán en tú apareix en un segón.



Ayer me acerqué a esta chica en el mercado y le dije:
No encuentro a mi mujer, puedo hablar contigo un minuto ?
Claro! Pero no sé cómo va a ayudarte eso.
Que qué? Verás como aparece en un segundo !

Ayer me acerqué a esta chica en el mercado y le dije:  NO encuentro a mi mujer, puedo hablar contigo un minuto ?  Claro! Pero no sé cómo va a ayudarte eso.  Que qué? Verás como aparece en un segundo !






 Este vestidet per al Supermercat:


  

jueves, 6 de diciembre de 2018

17 Concurso Literario Roberto G. Bayod

Foto de los guañadós del 17 Concurs Lliterari Roberto G. Bayod, en Aragonés Oriental, otorgat avui a la siudat de Monsó, Monzón (Huesca).


17 Concurso Literario Roberto G. Bayod

Mª José Gascón me pide que ponga también la introducción al trabajo, no la había puesto pues me parece demasiado protagonismo en esta pared, pero, cuando me piden algo, no me sé negar, menos si es alguien del chapurriau y menos todavía si es María José.

Como había gente que no hablaba chapurriau, por deferencia, lo hice en castellano.

Luego el trabajo Arrails, como habéis visto ya lo dije en Chapurriau.
Buenas tardes, en primer lugar dar las gracias a todos los que nos acompañan, su presencia en este acto de exaltación de la lengua que desde hace siglos venimos utilizando en esta zona oriental de Aragón, es una gran esperanza para nosotros en nuestra lucha diaria al intentar mantenerla, frente a otras más habladas que se han propuesto colonizarnos.

En segundo lugar gracias también a la Facao, por darnos esta oportunidad de poder presentarnos a un concurso literario en nuestra querida lengua. Aprovecho la ocasión para animarles en su lucha cotidiana frente a entidades más poderosas y con muchos más medios, para que estas formas de hablar no desaparezcan.

Al mismo tiempo quiero dar mi enhorabuena al resto de ganadores de este concurso y exhortar a los demás participantes para que no se desanimen, Facao les seguirá dando oportunidades en los años venideros.
Mi trabajo lo he presentado en Chapurriau es la lengua que con algunas variantes hablamos en los diferentes pueblos de la comarca del Matarraña. Hace mucho tiempo que esa ha sido nuestra forma de expresión oral, nunca habíamos tenido problemas y vivíamos muy tranquilos con el castellano como lengua oficial y el Chapurriau como particular, vamos, para ir por casa; porque allí precisamente es donde nosotros lo hablamos de contínuo, en casa.

Pero desde hace unos años nuestro vecino de la derecha se ha empeñado en quitarnos nuestra identidad e imponernos la suya. Menos mal que se ha creado una asociación en defensa de nuestra lengua que, sin ofender ni insultar a nadie, se está dedicando a promocionarla y a dejar las cosas claras, frente a a algunos que se están empeñando en enfangarlas.

En esta defensa de nuestra forma de hablar nos implicamos todos los de la comarca, estemos donde estemos, y cualquier hecho por pequeño que sea que demuestre nuestra identidad nos anima a ponerlo por delante, pues nunca nos habíamos preocupado de estas cosas, creíamos que no teníamos que demostrar la propiedad de una cosa que es y ha sido nuestra por muchas generaciones, pero ahora los ocupas quieren hacernos creer que también nuestra lengua es suya. Si seguimos así pronto harán lo mismo con el territorio, aunque en algunos círculos ya lo pretenden también.

En esta búsqueda de nuestros posibles orígenes se incardina la pequeña anécdota que he presentado como trabajo. Creo que nada mejor para un autor que dejarle exponer en público su obra. Es muy corta, unos diez minutos, PERO está escrita en Chapurriau y en esa lengua la voy a leer, es en la única que tiene un poco de sentido. Es un homenaje a mi gente, a mi tierra y a esa querida forma de hablar mía que es el Chapurriau.

Su título lo dice casi todo, se llama ARRAILS, que significa RAICES.

Luego venía la obra presentada.

Gracias por leerme.





http://www.aragondigital.es/noticia.asp?notid=89790

https://www.lavozdelbajocinca.com/agenda-fraga-bajocinca/9702-cena-del-hambre

https://amicsdefragaassociaciocultural.wordpress.com/?s=bayod


https://facao.blogia.com/2013/061202-xii-conc-rs-lliterari-en-aragon-s-oriental-roberto-g.-bayod-.php

http://www.turismobajoaragon.es/noticia.php/noticia/-la-canada-de-verich/3304/35

https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/3857-201012-resultados-concursos-literarios-diciembre-2010

http://www.cronicadearagon.es/wordpress/destacadas/facao-convoca-el-viii-concurso-literario-en-aragones-oriental

http://facaoweb.blogspot.com/2016/10/el-tamaritano-delfin-mazarico-se-cuela.html

http://neopatria.editboard.com/t392-la-facao-entrega-premis-i-ix-a-la-web-de-la-guardia-civil

lo lloco del cacao, los-premios-al-aragones-oriental-de-facao-llevan-nombre-ultraderechista/

una web de pseudoliberals lamentable sap-ciutadans-qui-era-roberto-bayod

https://www.diariodelaltoaragon.es/Movil/Noticia.aspx?Id=972275

idiotes del racó, certamen-lliterari-aragones-oriental

atontats en redol, un-tarraconense-gana-un-dos-premios-en-lapao-convocaus-por-asociacions-catalanofobas

http://www.esacademic.com/dic.nsf/eswiki/469952

https://issuu.com/ribogra/docs/revista_diciembre_2011

http://www.academia.edu/33813492/Los_paisajes_de_la_voz._Literatura_oral_e_investigaciones_de_campo

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Salvador Efraín Salazar Arrué, Salarrué.


SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué, nació en Sonsonate, El Salvador, el 22 de Octubre de 1899 y murió en San Salvador el 27 de Noviembre de 1975.
Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, entre quienes se cuentan
 Arturo Ambrogi José María Peralta Lagos

Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana. En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", él logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.

SALARRUÉ: Seudónimo de Salvador Efraín Salazar Arrué


Índice

El negro.
La botija.
La petaca.
El padre.
El circo.
De pesca.
El contagio.


EL NEGRO.

El negro Nayo había llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte años morados y murushos, reiban siempre con jacha fresca de jícama pelada. Tenía un no sé qué que agradaba, un don de dar lástima; se sentía uno como dueño de él. A ratos su piel tenía tornasombras azules, de aun azulón empavonado de revólver. Blanco y sorprendido el ojo; desteñidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachón, el sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echándose la cabeza a la espalda, como alforja de regocijo, descupiendose toduel y con gárgaras de oes enjotadas.
El negro Nayo era de porái.....: de un porái dudoso, mescla de Honduras y Berlice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tenía el pie achatado, caitudo, raizoso y sin uñas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su estructura grosera, amasada con brea y no con barro. Le habían tomado en la hacienda como tercer corralero. No podía negársele trabajo a este muchacho, de voz enternecida por su propio destino. Nada podía negársele al negro Nayo: así pidiera un tuco e dulce, como un puro o un guacal de chicha. Pero, al mismo tiempo era -pese a su negrura- blanco de todas las burlas y jugarretas del blanquío; y más de alguna vez lo dejaron sollozante sobre las mangas, curtidas con el barro del cántaro y la grasa de los baldes. Su resentimiento era pasajero, porque la bondad le chorreaba del corazón, como el suero que escurre la bolsa de la matequilla. Se enojaba con un "no miablés".....y terminaba al día siguiente el enojo, con una palmada en la paletiya y su consiguiente: "¡veyan qué chero éste!".... y la tajada de sonrisa, blanca y temblorosa como la cuajada.
        
Chabelo "boteya", el primer corralero, era muy hábil. Tenía partido entre las cipotas del caserío, por arriscado y finito de cara; por miguelero y regalón; pero, sobre todo, porque acompañaba las guitarras con una su flauta de bambú que se había hecho, y que sonaba dulce y tristosa, al gusto del sentir campesino. Nadie sabía cuál era el secreto de aquel carrizo llorón. Bía de tener una telita de araña por dentro, o una rendija falsa, o un chflán carculado...... La Fama del pitero Chabelo, se había cundido de jlores como un campaniyal. Lo llamaban los domingos y ya cobraba la vesita, juera de juerga o de velorio, de bautizo o de simple pasar. Un día el negro Nayo se arrimó tantito a Chabelo "boteya", cuando éste ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonrió amoroso y le estuvo escuchando, como perro que mueve el rabo.

- ¡Oyí negró, querés que tenseñe a tocar?....Por la cara pelotera del negrito, pasó un relámpago de felicidad.

- Mire, chero, y yo le vuá a pagar el sábado, pero no me vaya a tirar...
  
Después de las primeras lecciones. Chabelo el pitero, le arquiló la flauta al negro para unos días. El negro se desvelaba, domando el carrizo; y lo domó a tal punto, que los vecinos más vecinos que estaban a las tres cuadras, paraban la oreja y decían:

- ¡Oiga, puero ese Chabelo! es meramente un zinzonte el infeliz.....
- Mesmamente; diayer paroy, le arranca el alma al cristiano como nunca.

Callaban.....y embarcaban sus silencio en el cayuco bogante de aquella flauta apasionada, que los hundía en la dulzura de un recordar sin recuerdos, de un retornar sin retorno. En poco tiempo, el negro Nayo sobrepasó la fama de Chabelo. Llegaban gente de lejos para oírlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de austeridad y poderío, mientras su labio cárdeno soplaba el agujero milagroso. El propio Chabelo, que creyó, todos los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando -con un sí es, no es, de despecho- el fluir maravilloso de un sentimiento espeso que se cogái con las manos.

Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de pollo untada de creolina, Chabelo se decidió por fin; y un tanto encogido, se acercó y le dijo:

- Mirá, negro, te pago dos bambas si me decis el secreto de la flauta. Vos le bís hallado algo que le pone esa malicia....seya chero y me lo dice.....

El negro se enderezó, desgreñado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada de niño. Tenía abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en la otra el bote.......miró luego al suelo empedrado y meditó muy duro. Luego. como satisfecho de pensada, dijo al pitero:

- No me creya egóishto, compañero, la flauta no tiene nada: soy yo mismo, mi tristura...., la color....
   

LA BOTIJA


Quim Torra, botija, botijo, cantrella, pichella, barrala
la tecnología del botijo supera a Juaquinico Torra el catanazi, ex presidente de la Generalidad de Cataluña, títere de Carlos Puigdemont Casamajor, y este de Jordi Pujol.

José Pashaca era un cuerpo tirado enun cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:

 -¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de qué los tenes se me olvidó!.... José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.

-¿Qué quiere mamá?.

-¡Qués necesario que te oficiés en algo, ya tás indio entero!

-¡Agüen!....Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.

Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.

-¡Qué feyo este baboso!- llegó diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:

- Estas cositas son obras donantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.....

José Pashacase dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.

-¿Cómo es eso, ño Bashuto?..-. Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.

-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegas en la huaca´, y yastuvo; tihacés de plata.
INTENTÁN IMITÁ A JUAN VALERA
-¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?

-¡Comolóis!.

Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras. Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco. Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.


Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuerpo y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados. Pashaca se peleaba las lomas.

El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de Jierro", decían; "ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...."

Pero José Pashaca no se daba cuenta de qué, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano. Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y projundos, que daban gusto.
       

-¡Onde te metés babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.

-Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.

San Pere, baturro, Zirigoza, rana       
Y así fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dió cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calenturas; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el viento oscuro. José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho".

Una noche, haciendo juerzas de tripa, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con bríos su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó, bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó liadas en un suspiro estas palabras:
       

-"¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"........


LA PETACA

Era pálida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, cómo no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la peche María.
En el rancho eran cuatro: Tules, el tata, La Chon su mamá, y el robusto hermano Lencho. siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir...

- ¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca!

- ¡Peche, vos quizá sos hija del cerro!
sácate la retacía y el chapurriau
Tules decía:

- Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, diún corvazo!

Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincón, doblaba de lado la cabecita, meciendo su cuerpecito endeble, como si se arrastrara. Se arrimaba al baúl, y con un dedito se estaba allí sobando manchitas, o sentada en la cuca, se estaba ispiando por un hoyo de la paré a los que pasaban por el camino.
       

Tenían en el rancho un espejito ñublado del tamaño de un colón y ella no se pudo ver nunca la joroba, pero sentía que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le hacía poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: La Petaca.

Tules la llevó un día onde el sobador.

- Léi traido para ver si uste le quita la puya, pueda ser que una sobada....
  
- Hay que hacer perimentos difíciles, vos, pero si me la dejás unos ocho días, te la sano todo lo posible.

Tules le dijo que se quedara.

Ella se jaló de las mangas del tata; no se quería quedar en la casa del sobador y es que era la primera vez que salía lejos, y que estaba con un extraño.

- ¡Papa, paíto, ayéveme, no me deje!

- Ai tate, te digo; vuá venir venir por vos el Lunes.El sobador la amarró con sus manos huesudas.

- Anadate ligero, te la vuá tener!

El tata se fue a la carrera. El sobador se estuvo acorralándola por los rincones, para que no se saliera. Llegaba la noche y cantaban gallos desconocidos. Moqueó toda la noche. El sobador vido quera chula.
 
 - Yo se la sobo; ¡ajú!pensaba, y se reiba en silencio.

Serían las doce, cuando el sobador se le arrimó y le dijo que se desnudara, que le iba a dar la primera sobada. Ella no quiso y lloró más duro. Entonces el indio la trinco a la juerza, tapándole la boca con la mano y la dobló sobre la cama.

- ¡Papa, papita!.....

Contestaban las ruedas de la carretera noctámbulos, en los baches del lejano camino.

El lunes llegó Tules. La María se le presentó gimiendo...el sobador no estaba.

- ¿Tizo la peración, vos?

- Sí papa...

- Te dolió vos?

- Sí, papa...

- Pero yo no veo que se te rebaje...

- Dice que se me vir bajando poco a poco....

Cuando el sobador llegó, Tules le preguntó cómo iba la cosa.

- Pues, va bien -le dijo-, sólo quiay que esperarse unos meses.
Tiene quirsele bajando poco a poco.

El sobador viendo que Tules se la llevaba, le dijo que porqué no se la dejaba otro tiempito, para más seguridá; pero Tules no quiso, porque la peche le hacía falta en el rancho.

Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le dió la última sobada a la niña. Seis meses después, una cosa rara se fue manifestando en la peche María. La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo día a día de un modo escandaloso, pero parecía como si la de la espalda no bajara gran cosa.


- ¡Hombre! -dijo un día Tules-, ¡esta babosa tá embarazada!

- ¡Gran poder de Dios! -dijo la nana.

- ¿Cómo jué la peración que te hizo el sobador, vos?....ella explicó gráficamente.

- ¡Ayjuesesentamil! - rugió Tules- ¡mianimo ir a volarle la cabeza!

Pero pasaba el tiempo de ley y la peche no se desocupaba. La partera, que había llegado para el caso, uservó que la niña se ponía más amarilla, tan amariya, que se taba poniendo verde. Entonces diagnosticó de nuevo.

- Esta lo que tiene es fiebre pútrida, manchada con aigre de corredor.

- ¡Eee?......

Mesmamente, hay que darle una güena fregada, con tusas empapadas en aceiteloroco, y untadas con kakevaca.

Así lo hicieron. Todo un día pasó apagándose; gemía. Tenían que estarla volteando de un lado a otro. No podía estar boca arriba, por la petaca; ni boca abajo por la barriga.

En la noche se murió.

Amaneció tendida de lado, en la cama que habían jalado al centro del rancho. Estaba entre cuatro candelas. Las comadres decían:


- Pobre, tan güena quera; ¡ni se sentía la indizuela de mansita!

- ¡Una santa! ¡Si hasta, mirá, es meramente una cruz!

Más que cruz, hacía una equis, con la línea de su cuerpo y la de las petacas. Le pusieron una coronita de siemprevivas. Estaba cómo en un sueño profundo; y es que ella siempre stuvo un grado abajo de los suyos, cuando todos estaban riendo, ella sonreía; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos estaban serios, ella lloraba; y ahora, que ellos estaban llorando, ella no tuvo más remedio que estar muerta....

EL PADRE.

La iglesia del pueblo era pesada, musgosa y muda como una tumba. detrás estaba el convento, encerrado entre tapiales, con su gran arboleda sombría; con su corredor de ladrillo colorado; de tejado bajero sostenido por un pilar, otro pilar, otro pilar...; pilares sin esquinas embasados en piedra tallada y pintados de un antiguo color.

El patio era de un barro blanco y barrido, propicio a las hojas secas. Las sombras y las luces de las hojas ponían agüita en el suelo; en aquel suelo pelón lleno de paz, por el cual pasaban, gritonas, las gallinas guineas.

Largo era el corredor: la mesa, el kinké, una silla, un sofá, un barril, una destiladera, un viejo camarín, unos postes durmiendo; otra silla, la hamaca, el cuadro bíblico; un cajón; un burrro con una montura; un freno colgado de un clavo y al final, ya para salir las gradas, unos manojos de pasto verde, el picadero y la cutacha. Después empezaba la alfombra de sol hasta la cocina; y allá contra la tapia, como una casita de juguete, con su chimenea de lata azul, el excusado.

El padre se paseaba en la tarde. Era la hora en que la paz le traía el cielo; el cielo de agradables matices, que llegaban a sentarse en la montaña lejana, pensativo como un hombre; pensativo hasta quedarse dormido, soñando en las estrellas, cada vez más profundamente.

El sacristán tocaba el ángelus para que todo se callara. Y todo se callaba.

La Coronada llegaba entonces penosamente, con su riuma y sus platos, a ponerle la mesa. Se sentaba el padre, siempre mirando al cielo, con su cara igual de triste. Con un pespuntar de máquina de cocer, sus labios hilvanaban un larga oración de gratitud. Humillaba los párpados y se persignaba. Luego, cogía calmosamente la cuchara y empezaba a probar la sopa. Estaba caliente. La Coro, encendía el kinké. Las gallinas empezaban a volar de rama en rama, con torpes aleteos. A lo lejos se oía pasar el tren por el puente de hierro, como una amenaza de tormenta.

La Chana era una cipota chulísima. había crecido de diadentro, al servicio del cura. hacía mandados, lavaba los trastes, les daba de comer a las gallinas y se comía lazúcar. Cuando el padre estaba bravo, como no tenía en quien descargar, regañaba a la Chana. La Chana no se quedaba chiquita y le contestaba cuatro carambas.

- ¡Agüen, usté! ¡Asaber que lián confesado las biatas y descarga en yo!...

El padre, en vez de enojarse, la estrechaba contra su pecho y le daba un beso en la frente. Se estaba viendo en ella, como decía la Coro.

En un dos por tres se había hecho mujer. De la mañana a ña tarde echó rollo, se cantonió y le brillaron los ojos. Ya se trataba una flor en el delantal, con un gancho, muy alto, muy alto, para podérsela oler poniendo cara interesante. Seguido se cachaba logas; por el tacón muy encumbrado, por unos papeles colorados para untarse los labios, por andar suspirando muy dentro. El cura la miraba de lejos. La miraba pasar, disimuladamente, y alejándose. Se cogía el mentón azul y su cara de cuarentero se ponía grave. Temblaba por ella. Hubiera querido podarla un poco. Se paseaba, se paseaba por el largo corredor, campaneando la lustrosa sotana vieja, como si en ella se hamaqueara su inquietud. Apretaba, sin querer, el crucifijo de plata que llevaba siempre colgado al cuelo. Si hubiera sido de cera, lo habría convertido pronto en una hostia. Allá a lo lejos, la risa de la Chana sonaba como una campanilla mundana. Cuando pasaba a su lado, apagaba los olores del incienso con un fuerte aroma de jabón diolor. Por el corredor silencioso, sus tacones pasaban, clavando la tranquilidad.

La niña Queta y la niña Menches, la una fea de tan vieja, y la otra vieja de tan fea, entraron apuradas en busca del padre para un asunto urgente. La puerta estaba entreabierta y empujaron. Y fue como si hubieran empujado su alma en un abismo. El padre estaba todo él sentado en un sillón y la Chana estaba toda ella sentada en el padre. Su cachete rosado se posaba dulcemente en el cachete azul del cura, como una madrugada sutil se posa sobre áspera montaña.

-¡Virgen pura!..

Dos lágrimas corrían por las mejillas marchitas del padre. Repitió su excusa:
   
- Un afán, un vago deseo de ser padre. Es como mi hija...

Su voz era oscura.

- Los niños despertaron siempre en mi alma una dulce inquietud...

-¡Hm!

Apretó el obispo sus labios temibles y lanzó al cura su más irónica mirada. Pero él se irguió austero, nobilísimo y puro, el rostro del acusado, encendido en radiante sinceridad; irresistible en su sencillez; tal si el mismo Dios mirara por sus ojos húmedos, abatiendo al instante la austeridad, la insolencia y el rango.

SALARRUÉ.

CUENTOS DE BARRO.

EL CIRCO.

Se azuló la noche. En medio del solar oscuro, e1 circo era como una luna desinflada. Parecía la chiche de la noche, onde mama luz el cielo, un chilguete manchaba de norte a sur el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta la oriya del mundo.
        
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cómo aquel siñor que le decían Irineyo Molina, se bía hecho payaso un dos por tres. Taba sentado en un cajón jumándose un puro, y con cara enojosa de hombre. el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la cara chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba el cuello prieto de su propio cuero. Más allá, el negro Jackson sembraba una estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos, templados como cuerdas de violón, estaba un volatín.

-Apartáte, baboso.

-Peráte, quiero ver.

-Te vuá zampar una ganchada, Chajazo.

-¡AchísI, sólo vos querés mirar.

-A yo no mián dejado...

-¡Baboso, baboso, ayí entró una piernuda vestidedorado.

Sestá componiendo la atadera.

La cipotada ondeó, como un tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa, derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispersó a la carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor del descampado, Se confundió entre el güevaso e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con unos grandes gatos que parecían de madera; salió encachimbado por debajo de la lona, con un acial en la mano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió otragüelta por debajo. Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en los mostradores de los chinamos, parecían jícamas de vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblaba adentro y dejaba descurrir su tufito embolón.

Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca de añididos, onde había unas letras que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.

Una bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.

Por tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la aljombra de la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. De una patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.

Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón, avanzaron marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente, venían las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalándole las narices a un pobre oso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La música sonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.

En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bian quedado ajuera. Ispiaban por onde podían, subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de uno quiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.

Los niños ajuera, los grandes adentro. . . El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque les taban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los otros no bían incontrado. Con el dedito inano lo jueron haciendo más grande, y miraban por turnos.
Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda caminaba sobre el alambre como sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbron, soñadores e indefensos. Les dio con todas sus juerzas, el bandido jalacolchones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándose la nalga, ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama, cogiéndolos debajo de sus alas desplumadas, maldijo al miserable:

Disgraciado, quiá de pagarlas un diya en los injiernos!
Lencho rumió, en su corazón de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:

-Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo? ...

DE PESCA.

Eran allá como las tres de la madrugada. La luna, de llena, lambía las sombras prietas en los montarrascales y en los manglares dormilones. El estero, lagunoso en su calma, era como un pedazo de espejo del día; del día ya roto. La playa lechosa, de cascajo crema, se dejaba espulgar por las suaves ondas espumíferas, que la brisa devanaba sin prisa. La isla, al otro lado del agua, se alargaba como una nube negra que flotara en aquel cielo diáfano, mitad cielo, mitad estero. Las estrellas pintaban en ambos cielos. El mar, a lo lejos, roncaba adormilado por la frescura del aire y la claridad del mundo. Un cordón de aves blancas pasó, silencioso y ondulante como una culebra de luna.

De la mediagua oscura, salió a la playa un indio. Llevaba desnudo el torso, los calzones arremangados sobre las rodillas; se desperezaba, como queriendo echar al suelo el fardo del sueño. La arena, al ser hollada por los anchos pies descalzos, mascaba el silencio. Miró las estrellas con los ojos fruncidos. Se espantó los mosquitos, miró el agua platera y regresó al rancho.

-Son ya mero las tres, vos ¿Nos vamos?
Una especie de aullido de pereza le contestó. Luego, la voz atecomatada del compañero respondió

-A¡ veya, mano...

-Amonóos...
Los indios, hurgando en la sombra del caedizo, escogieron los utensilios y fueron trasladándose al bote. El bote dormía, encallado, mitad en el agua, mitad en la arena. Un chucho prieto iba y venía husmeando el viaje. Por efecto del silencio del agua, de la luz, del cielo bajero, el mundo todo parecía palpitar, cabecear como un barco en marcha. Los pocuyos, despenicados en la inmensidad, arrullaban la cuna de la noche con su triste "oíeo, oíeo, oíeo", que sonaba intermitente, como la paletada blanda del remo que va, va, va... sin prisa y sin ruido.

-Ya va ser parada diagua, vos.

-Ya paro, mano.

-¡Aligere, pué!...
Despegaron el bote a empujones y pujidos. El bote coleó, libre, descantillándose tantito y revolviendo la plata de la luna en desparpajos. Hundidos hasta las piernas, aún empujaron. Luego se metieron dentro y se dejaron llevar por el tranquil del agua parada. Era el cambio de marea; las corrientes que entraban al estero, fatigadas de ir buscando mundo, descansaban un momento, antes de regresar al mar abierto. Entonces el peje abismado venía arriba, flordeaguando, y buscaba la calma de las ramazones y de los bancos. Ligeros colazos de zafiro indicaban ya el punto del agua. Las sombras rojizas de los parvos pasaban, esquivando el peligro, avisados por el lánguido paleteo del canalete.
En fraterno silencio los indios cruzaban el agua, como si volaran entre dos cielos. En la proa, ávida de espacio, el uno empujaba con la pértiga negra y larga que subía y bajaba rítmicamente, sincronizando con el manosear del canalete, que el otro indio manejaba en la popa, acurrucado y friolento. En el centro del bote el chucho, sentado, miraba tímidamente los cacharros del cebo,

-¡Qué friyo, vos!.

-¡Ajú!...

-¿Vamos al ramazal de la bocana?

-Como quiera, mano.
Los ramazales emergían del agua purísima como inmensas arañas negras. Dos, tres, cuatro..., quedaban atrás. Al pasar rondando un tronco, el raizal projundo barzonió el bote, afligiéndolo. Con hábil punteo, salieron del paso.
-¡No se arrime mucho, mano¡


Torcieron hacia el sur; a poca distancia del ramazal, echaron el fondo y quedaron inmóviles. Poco tiempo después arrojaban los anzuelos. Con rápido ademán los lanzaban al aire, La pita hacía una larga parábola, y el plomo se hundía allá, con un ligero: "chukuz". Luego el cordel se quedaba. ondulando encima y poco a poco se abismaba. Quedaban a la expectativa. Habían encendido los puros y jumaban, acurrucados.

-¿Pican, mano?

-No quieren picar.

-Ya me punteyan, vos.

-¿Eh ... ?

-Es bagre, de juro. Estos chingados sian de ber llevado la chimbera.
La chimbera era el cebo. El indio sacó el anzuelo, de jalón en jalón. Por fin sobreaguó el plomo negruzco. Se habían llevado el bocado.

-¿Lo vido? Son esos babosos bagres, vos.

-Si quiere nos hacemos al lado de la isla..
Iba a sacar su cordel, cuando un fuerte tirón, que ladeó el bote, les advirtió de una presa mayor.

-Jale, mano; debe ser "mero"!
El indio tiró con todas sus fuerzas.

-¡Ya mero revienta este jodido!
Llegó el otro a ayudarle. Tiraron penosamente. El bote cimbraba, voltión. En la cola de un espumarajo surgió de pronto una sombra enorme, que arrollaba la linfa con ímpetus de marejada. La luz nerviosa le mordía en redor.

-¡A la ronca, mano, es tiburón!

-¡Y del fiero, vos!

-¿Lo encaramamos?

_¡Déjelo dir, chero, nos puede joder al chucho!

-¿Guá perder mi anzuelo?...

-¿Qué siarremedia?
Un coletazo formidable hizo crujir el bote. El chucho buscaba fijo, abriendo las cuatro patas y hundiendo la cola. Soltaron. Se apercoyaron a las bordas y trataron de nivelar. Un segundo coletazo ladeó el bote. Dos sombras eseantes atacaban con furia.

-¡Levante el fondo ligero!

-¡Aguárdese!
Un tercer coletazo echó de bruces al indio que tiraba del fondo. La caída hizo volcarse al bote; hubo un griterío salvaje; las colas golpeaban en la cáscara del bote como en un tambor. Grandes rosas de espuma se fugaban en círculos, empurpurando la plata mansa.
Después, todo quedó quieto.
Agrupados en la orilla, los moradores del valle escrutaban la noche. Los gritos habían levantado a las gentes. La ña Gerónima, gorda y grasienta, con su delantal de cuadros azules, comentaba temblorosa.

-¡Avemaríapurísima!...
Los viejos de quijada de plomo cabeceaban, como diciendo:

-Pa que veyan...
Los cipotes abrían sus bocas y se acurrucaban, para descansar las barrigas enormes.

-Esos han sido los Garciya.

-O los Munto.

-Hilario y Cosme, quizá ...

-A saber si Jué Mincho de la señá Fabiana.

-Sí, pué...
El día venía abriendo rápido, con ambas manos los azules del Azul. La luna, marchita ya, se arrinconaba en la montaña. Las ondas de la vaciante tráiban orito en la punta. El manglar se había separado del paisaje, tomando su cuerpo. La isla verdegueaba, y la fragancia de la mañana venía mera cargada.
De pronto, se vio una estela que flechaba hacia la orilla. Todos quedaron en suspenso. Un perro negro llegaba jadeante, aclarando el misterio de la tragedia. Salió de un último pechazo a la orilla; meneó el rabo; se sacudió bruscamente la gloria del sol, y no dijo nada.

EL CONTAGIO.

riu de les basses, toll de Rabosa, racó del toscá, riada 2






















Después del aguacero de la noche, había clareado gris, mojado, encharcado, invernicio... Venía la mañana en ondas frescas, anegando la oscuridad. Todavía no daban sombra las cosas; las sombras eran diluyentes, borrosas como luz golpeada, como humedad de sal. Se venía el olor jelado del cielo, con algo de amoníaco y algo de ropa limpia. Silbaba., único, un pajarito invisible en un árbol frondoso; silbaba con dulzura de agüita plateada. Las hojas nadaban en los remansos de brisa, como pececitos oscuros. Iba clareando... Y el alma, como los matorrales, estaba empapada de felicidad.
En la casa de la finca, el patio cuadrado dormía aún. Por el lodito habían pasado los chuchos. Una teja salediza se había quedado contando gotas azules, sobre un charquito que, abajo, bailaba trompos diagua. Salía el humo de la galera, como una parra celestial. Don Nayo, enrollada en la nuca una toalla barbona, venía por el corredor. Con el bastón abría un hoyito, y sembraba una tos; abría un hoyito, y sembraba una tos. Los murciégalos se iban enchutando en las rendijas oscuras del tabanco, como pedradas de noche.
A lo lejos, lejos; los gallos abrían puertas chillonas. El día se tambaleaba indeciso, bajo la nubazón sucia, como carpa de circo pobre.
Don Nayo llegó al portón. No podía enderezar la cabeza, porque su nuca estaba paralizada; lo cual le daba un vago aspecto de tortuga mareña. Miró al cielo de reojo; aspiró el olor de los limones; se puso el palo bajo el brazo y llamó aplaudiendo.

-¡Cande!...
La Cande gritó desde la cocina:

-¡Mandé!...

-Date priesa...
La Cande atravesó el patio dejando su priesa pintada en el suelo. Era quinzona, rubita, gordita, nalgona, chapuda y sonreiba constantemente. Daba la impresión de bañada, dentro del traje pushco y jediondo.

-¿Qué quiere, tata?
El viejo le alcanzó la oreja al tanteyo.

-¡Babosa, no téi dicho que cuando vengás a trer lagua, cerrés bien la palanquera!


La campaneó tantito y, arreándola, con el palo enarbolado, la siguió hasta el platanar.

-¡No cierre, animala, espere que salgan las yeguas!: ¿no ve que están allá?...
Tres yeguas secas estaban olisqueando en la huerta. Sobre las eras de nardos se veían los hoyos de los cascos. Se fueron aculando despacio contra la cerca; y, cuando la Cande les cortó el paso, salíendo del breñal con un chirrión en alto, las tres bestias dieron un respingo nervioso y huyeron por la puerta hacia el potrero. A lo lejos, seguía oyéndose el galope con su patacán, palacán, patacán...

Había amanecido. El viento madruguero había ido cogiendo cada estrella con dos dedos, soplándolas como mota de ángel, hasta desaparecerlas. Por un descascarado de nubes, se miraba la paré del cielo, ricién untada de azul. Los volcanes bostezaban, en camisón de dormir. Pringaba.

- Traiga el canasto, Cande. vamos a pepenar los nances y los limones.
        
La Cande fue por el canasto. Bajo el limonero, el suelo doraba. Olía a mañana. Daba lástima desarreglar el paisaje enfrutado. Don Nayo y la Cande fueron pepenando, uno a uno, los limones. Más abajo, al haz de un granado, estaba el nance. El suelo aparecía cundido. La ladera había llevado rodando los nances hasta ben lejos. Parecía como si a la planta se le hubiera roto el hilo de un inmenso collar.

-Témpapádo el monte, tata.

-Cuidá de no empuercar el vestido...

-Afijese que anoche soñé el Contagio...

-Era un endizuelo así, sapito, con buche y con una cosa feya aquí.

-¿Onde?

-Aquí ...
Seguían cayendo limones, que quedaban medio hundidos en el lodo negro. A orillas de la acequia se oía una fiesta de sanates. Bajo los charrales empezaron a rascar las gallinas, haciendo sonar las hojas marchitas. Los grillos se habían ido consumiendo en el claror.

-Mero horrible, el indizuelo; y me chunguiaba..

-¿Te qué?...

-Me guasiaba y me chunguiaba, en un cuento como cuarto oscuro... ¡Uy!... Es que comí chacalines...

-De juro que eso jué...

-Echeme una mano, tata.


Don Nayo le ayudó, como pudo, a ponerse el canasto en la cabeza. La Cande lo sostenía con ambas manos; las mechas le caiban por la cara; con un respingo se afirmó, equilibró el espinazo; sacó la puntita roja de la lengua y se alejó hacia la casa, con rítmico andar.
    
Don Nayo miraba alejarse a su hija. Pensó: "Es guapa, es güena, la chelona"; se sonrió, con sonrisa de arruga. Los gallos abrían a lo lejos fantásticas puertas; por ellas entró bruscamente un chorro de sol.

Don Nayo paró a su mujer en la mitad del dormitorio.

-Mirá, Lupe -le dijo-, andá con cuidado con la Cande: ya maliseya...


-¿Eh?...


-No me gustan tantito, sus caidas diojos, sus pandiadas al pararse. Méi fijado que deja a ratos de moler y se come las uñas; además, le ondeya el pecho como a las palomas. Andá con cuidado, te digo...


-Dice bien, Nayo; yo también la héi oservado. Se chiqueya, sin querer; se mira nél espejo, cada vez quentra aquí; y, a ratos, da brincos de calofriyo. También no me gustan las cosas que me cuenta. Dice quel otro día, cuando Nicho la tentó jugando, sintió un burbujeyo extraño. Además se le van los ojos, coge juergo a cada rato, le pica la palmelamano.


-Pa que veyás. Andále con tiento, no se nos descantiye con algún malvado.


-Decíle al Nicho que no liaga tanta fiesta.


-Se lo vuá poner en conocimiento a ese infeliz.


Zarceaba el viento en la Palazón de los conacastes, como en tina guitarra destemplada; el sol entraba ya en la hindidura dialcancía del horizonte. En el cielo, las nubes mostraban choyones desangrados. Las golondrinas inspeccionaban el velamen recién izado de la tarde; en el callar, la tierra daba bordazos de sombra.
Por el camino venía Don Nayo, lento y tosigoso. La Lupe lo esperaba en la palanquera.

-¿Qué lihubo, Nayó? ...

-Los casaron. Los juí a dejar al terreno. Tán Contentos.

-¿Le arvertiste a Nicho de lo que te dije?...

-Más valiera no me bieras dicho jota, miás azorrado con el yerno.

-¿Eh? ... ¿Por qué?...

-Cuando lo llamé aparte y le recomendé que la tratara con primor, no fuera ser que se asustara, se echó a rír y me dijo: "No siaflíja por babosadas, esa yés cosa antigua: asigún colijo, la tengo ya empreñada dende hace un mes".

-¡La Virgen del Martirio!

-Y parecía que no quebraba un plato ...

-Güeno, después de todo, arrecuérdese, Nayo, de nosotros, cómo hicimos ...

-Decís bien, es el Contagio.
La tarde se había perdido a lo lejos, deíando como estela un espuniarajo de estrellas; sobre la arena del mundo, los árboles negros se movían como cangrejos.


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Per a tots estos pelacañes de la normalissassió lingüística


An este texto literari trobaréu moltes paraules que no están a la RAE, com chapurriau, que no hi está, está chapurrear, y ya sabém que no es lo mateix que chapurriau: una mescla de varios idiomes, italiá, portugués, español, provensal (ara dialecte del ocsitá). Es curiós que al dicsionari de Frédéric Mistral (Félibrige 
Lou Tresaur dau Felibritge, 1854), de abans de Pompeyo Fabra y Francisco Franco Bahamonde, no fico ni catalá, ni valensiá, mallorquí o aragonés, cuan tením léxic de estes cuatre llengües, y de atres, com lo árabe, gallego, asturiano, leonés, vasco, navarro, riojano, latín, griego y alguna mes. 



champouirau, champoiral, chapurriau

La gen parle de una manera y este autó escriu de forma que se veigue cóm parlen, aixina u fach yo en lo chapurriau cuan escric o traduíxco. Y datres tamé u fan aixina, com Luis Arrufat al seu blog agüelo sebeta.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro, que no los cauríe en cuan aventaren una llansa en lo bras dret per a cassá. Y en cas de fé aná una escopeta, hauríen de dixá an terra la gramática y ortografía del swahili per a que no caiguere y se faiguere malbé, embrutanse de pols y de sang.


Si una NORMA fixare una llengua, los swahili potsé aniríen tot lo día en un dicsionari daball del bras esquerro
       

https://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/6460/Salvador%20Salazar%20Arrue%20-%20Salarrue


http://literatura.wikia.com/wiki/Salvador_Salazar_Arru%C3%A9


http://museo.com.sv/2013/09/salvador-salazar-arrue-salarrue/


https://www.elsalvadormipais.com/salvador-salazar-arrue-biografia